Nació el 8 de enero de 1937 en Albox. Sus padres se llamaban Manuel y Ana. Cuando tenía diez años fue a examinarse de Ingreso de Bachillerato en el Instituto de Lorca, Murcia, y a partir de entonces estudió en una Academia con otros nueve muchachos. Le costaba cien pesetas mensuales, y figuraba como alumno oficial del Instituto, aunque sólo iba a Lorca para examinarse al final de mayo.
En primero y segundo curso sacó matrícula de honor. Siempre sabía la lección en clase. Era admirado por todos sus compañeros. Nunca lo castigaron. Diariamente acudía por la tarde a la plaza de toros para jugar un partido de fútbol, y casi siempre él ponía la pelota de goma. Se hizo un gran futbolista y se convirtió en ‘director de orquesta del equipo’.
Su padre dirigía una empresa de coches y camiones. Cuando Amador visitaba la cochera, daba a su padre una gran alegría. Llegado el quinto curso de Bachillerato, fue llevado por sus padres a un colegio de Marianistas que había en Murcia para ser internado. A la semana siguiente lo teníamos de nuevo en clase, sin dar explicación alguna. El ambiente que encontraba en la Academia de Albox era insuperable.
Al comenzar sexto curso se repitió la operación. Esta vez fue llevado al colegio San Carlos de Murcia. A la semana siguiente lo teníamos otra vez con nosotros sin dar explicación. No hacía falta y lo entendíamos perfectamente.
Amador era hijo único y tenía cuenta abierta por su abuela en el carrito del helado. A veces me daba la fruta del corte, porque no le gustaba y a mí me parecía riquísima. Un año me invitaron a comer en su casa porque era 1 de enero y celebraban el día de su padre. Su casa era como una prolongación de la mía.
Para estudiar el Preuniversitario nos fuimos a Lorca Amador, Rafael, Federico y yo. Vivíamos en una casa particular. Cuando llegó la hora de examinarnos de Reválida de sexto, me llamaron el primero a las 9 de la mañana y Amador fue el segundo. Nos encontramos los dos ante un tribunal de seis Catedráticos.
Este curso fue el de nuestra despedida. Él marchó a la Universidad para ser Abogado y yo me fui al Seminario. Nos volvimos a encontrar en Macael jugando un partido de fútbol. Nos llevó su padre en autocar, que en el viaje de regreso al pueblo no cesaba de repetir: “Viva el Sargento Sánchez” (era su hijo), a lo que todos respondíamos con entusiasmo.
Pasados muchos años, nos volvimos a ver en un paseo amigable desde el Barrio Alto hasta La Loma. Entonces me contó que vivía en Barcelona, que tenía tres hijos de los que uno había terminado la carrera, y los otros dos la estaban haciendo.
No sabía entonces que ésa sería nuestra última conversación. Haciendo balance final, ahora que se ha marchado definitivamente, creo que ha sido el mejor amigo que he tenido. Le debo mucho de lo que he conseguido y lamento no haberle demostrado un mayor agradecimiento y afecto.
Pido a Dios que le dé una gran recompensa, que a mi juicio se la tiene bien merecida. Adiós amigo.