Cuando llegó a Motril ya era una estrella. Su estampa era de profesional del balón y una carrera para escribir un libro. Mis tíos eran directivos de aquel equipo y un buen día llegaba Larache para fichar, recomendado por Juan Antonio Román. No sé su edad ni él la decía. Iba sobrado para un equipo de la Regional Preferente y allí cumplió su contrato. Cuando asomaba a los Almacenes Camacho (la tienda de mi familia en Motril) yo me preparaba para recibirle porque me sentía grande a su lado.
Me empezaban a salir pelos en el bigote y él me llamaba ‘Camachito’. Le veía entrenar y algún partido amistoso, porque empezaba el curso y me volvía a nuestra querida Almería. Y tuvo que ser en uno de esos viajes cuando compartí la vida de Larache en 110 kilómetros que separan Motril de Almería.
Era muy astuto. Primero conocía y luego decía. Tras preguntarme por los estudios, la familia y todo lo demás, comenzó a desgranar mil aventuras de su vida profesional que se agotaba. Me hablaba de Las Palmas, creo que fue el equipo de su vida, de cómo empezó a dar patadas al balón. Me habló de hambre, de necesidad, de pobreza, de lucha por la supervivencia, cuando de pronto...
“Mira ‘Camachito’ fíjate en esas popas blancas que hace el mar”. Yo le apunté que eran las olas hasta que al mirar de nuevo por la ventanilla de la Alsina pude comprobar que eran peces. “Voladores, ‘Camachito’, allí en Canarias son muy grandes”. Estábamos a la altura de Castel de Ferro, aún en la provincia de Granada. “En fútbol hice de todo. He jugado gratis en muchos equipos y me deben muchísimo dinero. Yo no estaría en Motril de haber cobrado lo que me deben esos hijos de...”. Hablaba de la soledad de una pensión, de entrenar sin comer...
“Mira que marrajos, o son tollinas, que grandes...”. Estábamos llegando a Adra y mi lección de fauna marina iba en aumento cuando de pronto se acabó el hambre, las penas y... “Yo en Almería he sido feliz. Me trataron bien en lo profesional y me respetaron como jugador. Perdí dinero, pero he ganado muchas cosas que con el tiempo comprenderás: una familia, mi niño”.
El viaje se acababa, ya enfilaba la Alsina la recta del Campo de Daías cuando me dijo los grandes secretos de la vida. De la suya y la de todos. Esos que todo padre da a un hijo y Larache era padre las 24 horas del día. “Mira ‘Camachito’ en la vida uno tiene que ser fiel consigo mismo”. No lo entendí muy bien. Ahora si.
“Mira, la amistad y el compañerismo es algo muy grande que me lo ha dado la profesión. Pero lo más grande de todo es la familia. Uno no sabe lo que vale hasta que lo arrancan de su casa”. Esto lo comprendí cuando me marché al Servicio Militar. Pero quedaba la última, quizás su sello personal. “Uno tiene que creer y querer lo que hace. Si de mayor quieres ser futbolista ama tu profesión. Si quieres ser camionero como tu padre ama al volante. Mira mi niño todos tenemos una misión que cumplir en la vida”.
Yo le pregunté ¿Cuál es la tuya? “Pelear mi niño, pelear desde que nací”. Y llegamos a Almería, a la antigua Estación. Él para el Zapillo (andando) y yo para mi barrio de Los Ángeles (andando también). ¿Pelear? Y me acordé de lo que dijo el día de su presentación. “Vengo a pelear por un puesto. A pelear por el ascenso, a pelear cada balón”. Peleó siempre cada minuto de su vida.
Larache no podía escribir un libro. Imposible, el libro era él. Permite que ahora sea yo quien te diga “Mi niño, que Dios te bendiga, te echaré de menos cruzando el puente entre el Florido y la SER.