MARI CARMEN PEÑAFIEL-MAESTRA
- La Voz
Hay palabras que te dejan sin aliento, que no las crees aunque las estés oyendo. Eso me pasó a mí, Carmela, cuando la mañana del Martes Santo tu cuñado Eduardo me decía que te habías ido. Perdóname que te llame Carmela, ya sé que tu preferías Mari Carmen, pero mi mente se va a nuestros 13 años, cuando se juntaron nuestras vidas y así te llamaban todos.
Te has marchado muy pronto y nos has dejado un gran vacío. Pero, ¿sabes una cosa?, las vivencias, los recuerdos, el cariño, nunca mueren si los ha dejado una persona como tú.
Carmela, ¿qué éramos nosotras?... compañeras, amigas, casi hermanas, o Zipi y Zape, como decía el otro día Mari Tere a su hija. ¡Compartimos tantas cosas!: días de clase, noches de estudio, travesuras a montones (¡cuantas regañetas de tu madre!). Y otras, que se quedaban para nosotras por el pudor de la adolescencia. ¿Recuerdas aquellas poesías, aquellos tiernos escritos, nuestros sueños de chiquillas?.
Si recorro Almería, te veo en tantos sitios: el Espigón de Levante, la Alcazaba, la carretera de Aguadulce, la Iglesia de San Sebastián; compartimos las clases de Fina Torres, nuestro Instituto, el único que había (el actual Celia Viñas), la Escuela Normal de Magisterio, las Oposiciones. Y ahí llegó nuestra separación física, empezamos a vivir nuestro trabajo, nuestra vocación.
¡Cuanta huella has dejado!, ¡cuanta ilusión, esfuerzo, entusiasmo, dedicación y cariño tras de ti!; muchísimos compañeros en tu último adiós, y en tu ataúd, a tus pies, el recuerdo de tus alumnos en una carta sujeta con un corazón.
El tuyo se ha parado pero su eco sigue repicando en el mío. Te quiero Carmela. Descansa en paz. Tu Anikita jamás te olvidará.
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