Aquella mañana, los niños con sus carteras cruzaron delante del tanatorio, camino de la escuela. “¿Quieres pasar a despedirte?”, le dijo la madre. El niño no se atrevió.
Julia, la maestra, no iría esta mañana a la escuela.
El reloj de la torre seguía marcando las horas. Sumando el tiempo constante, recogiendo con sus manecillas la vida de todos. Desde hace unos días a las calles de Alboloduy, le falta Julia Abad Gutiérrez. En los pueblos pequeños, cualquier ausencia, deja un vacío espeso y escandaloso. La de Julia, se nos hace incomprensible, se agranda.
Julia en la escuela, enseñando a leer y a escribir a tantos niños y niñas.
Julia junto a la alegría, en las fiestas, en las comparsas de carnaval, cantando con ‘el Galayo’, acompañando la Tamborá en Navidad. Julia siempre al lado de sus vecinos, recogiendo en la alacena de los recuerdos sus recetas, sus canciones, sus palabras, su vida cotidiana, su memoria sencilla, sus fotografías, sus cartas, sus costumbres. Siempre junto a su Manolo, ¡siempre juntos!, investigando, montando exposiciones, dando conferencias, publicando revistas, libros…
Julia era joven, hermosa, y para recordarla no necesitaremos un gran esfuerzo. Su voz, su semblante apacible, amable, nos acompañará siempre.
Julia no tenía miedo a la muerte, solo al dolor y al sufrimiento. Como la Julia de Goytisolo, tuvo amigos, tuvo amor.
Ella le pediría, a Manolo, ¡que siga adelante, que la vida es bella! A pesar de los pesares.