Emilio Lillo nos dijo adiós en Madrid, su cuna, a la edad de 77 años. Se cumple ya un lustro de esa triste fecha.
Sus estudios discurrieron por el mundo de las carreras de Ingeniería, aunque lo suyo era el arte, al estilo renacentista, con muchas facetas.
Pintor, diseñador, compositor, cantante, instrumentista de violín, bandurria y guitarra, todos estos artilugios musicales los aprendió a tocar él solo, al estilo del recordado Antonio Flores.
En Almería le acogimos con su familia muchos veranos. Fui su ‘cicerone’ y le llevé de visita a La Cañada, donde nació el padre de la guitarra española clásica, el luthier Antonio de Torres.
Allí fue feliz. Mi tío Emilio Lillo había recibido clases de un discípulo del gran Tárrega. Tárrega, a su vez, tuvo sólidos vínculos con Antonio de Torres, que le regaló sus magníficos instrumentos, para que echara a volar en el mundo de las seis cuerdas.
Y también, con el prestigioso guitarrista almeriense Julián Arcas, el que probaba dichas manufacturas musicales y que llegó a ser uno de los puntales de la Historia del flamenco.
Emilio Lillo fue una de las primeras figuras de la orquesta que formaron los antiguos tunos universitarios madrileños. Esta agrupación lírica fue beneficiada por el gran músico almeriense, José Padilla, a través de generosos regalos armónicos.
Almería no debe olvidarse de Emilio Lillo.
Esta tierra, que ha sido cuna de tantas figuras vinculadas a la guitarra. La última que se me viene a la mente es ‘Tomatito’. Descanse en paz, maestro Lillo.