El actor y futbolista falleció el pasado 25 de agosto, en el pueblo de Vélez Rubio de Almería

Luis Alberto Amarilla Jiménez

Florencio Amarilla - El míster Amarilla

  • La Voz
Como hijo mayor debo asumir una breve declaración sobre Florencio Amarilla, deportista de un calado humano difícil de igualar, de currículum extenso y brillante. Como persona creó una forma de ver la vida, de participar en ella, con sensatez y esfuerzo de ser mejor. En su vida como entrenador educó a varias generaciones de muchachos que nunca habían tenido tan cerca a un futbolista de su calidad. Enseñándoles a ser mejores futbolistas y personas, su enseñanza siempre tenía la doble vertiente de mejorarlos y sacar partido de ellos con la pelota y de obligarlos a cumplir con sus deberes de estudios o trabajo. Fue siempre para todos, y en nuestra memoria quedó así grabado, el míster, nos asombraba con sus logros técnicos en el chute magistral a portería y que era siempre el murmullo de admiración de los chavales y la gente que iba al campo de fútbol, a contemplar las clases maestras de un deportista que vivió y amó hasta el final de su vida este deporte. Sus últimos meses los describiré como una lucha enconada por seguir peleando en su banda izquierda de la vida, donde era combativo, enérgico, y valiente como pocos y de ánimo rocoso en su enfrentamiento con quien fuera, como en sus gloriosos partidos. Su lucha contra la muerte fue heroica, durísima y brutal al final del trayecto. Sin cuartel, no había respiro. Y él lo asumía con paciencia y ánimo valiente. Hasta el final manifestó una fortaleza para no ser doblegado, batalló con esa raza que le caracterizó siempre, dejó hasta su último aliento para arrebatar días de vida, porque amaba la vida tanto como el fútbol, que tanto le había dado. Cada día era una batalla para él pero en los descansos, su sonrisa afable, su mirada noble, agradecía cada día a su Virgen de Covadonga y su Virgen de Caacupé los regalos de vivir un día más. Su lucha encarnizada con la enfermedad dejó su cuerpo, curtido a disciplina y sacrifico durante años, completamente vencido, aniquilado y apenas sin ánimo para proseguir la batalla. Aún así, la vida le concedió un tiempo de descanso, de despedida, de reflexión existencial, de recapitulación, pidiendo el consuelo de un siervo de Dios para estar en paz con su corazón y su espíritu, veía el final del camino y tuvo la necesidad de vaciar su alma de todo lo vivido ante el Confesor de Dios. Este le otorgó la paz que deseaba y con voz débil me susurró, “hijo mío, no quiero seguir luchando, no tengo miedo de irme, no puedo seguir sufriendo”. En sus últimos momentos quiso recordar aquellos lugares en los que había sido muy feliz y había estado como en su casa. Me dijo que siempre llevaría en el corazón el pueblo de Vera, Roquetas de Mar y su playa de las Conchas del Zapillo. Nunca te olvidaremos Florencio, siempre estarás presente en los corazones de quienes te quisieron. Descansa en paz.