Tras varios años de dura lucha contra el cáncer, ese enemigo implacable que con tanta saña nos ataca a tantos, lucha llevada con la entereza y dignidad que puso en todas sus actuaciones, Manolo sucumbió y nos dejó para siempre, no un ‘buen hombre’, sino un hombre auténticamente bueno.
Amigo, si pudieras oírme, te echaría en cara lo mal que nos dejas con tu desaparición a este centenar de parejas amigas que, con tu paciencia, tu pericia y tu amabilidad, conseguiste introducirnos y aficionarnos de manera desinteresada en el baile de salón. Fuiste capaz de hacer que hasta un ‘marmolillo’ como yo se entusiasmara y bailara salsa y tango sin que los que hubiera alrededor tuvieran que huir de espanto. ¿Cómo vamos a bailar ahora la salsa en rueda cubana?, ¿quién va a marcar el cambio de pasos? Claro que en esta difícil empresa siempre contaste con la valiosa colaboración de Reme, tu compañera de cuerpo y alma. Ella es la que más íntimamente te echará de menos y llorará tu ausencia, pese al apoyo natural de tus hijos Sergio y Rocío y por más que intentemos consolarla los muchos amigos que supisteis hacer por donde quiera que pasasteis.
Manolo, los que, como tú y yo no creemos en la transcendencia a otra vida y actuamos por convicción natural, no por la promesa de un premio o la amenaza de un castigo, somos conscientes de que con esta vida se acabó lo que se daba y de que tú precisamente has dado mucho y bueno. Has sabido sembrar en nuestra memoria la suficiente bondad para que, aunque tú nos hayas abandonado, nosotros no te olvidemos.
En fin, amigo: en efecto, hasta nunca; pero en afecto, hasta siempre.