Amigo Rafa, descansa en paz. Te has ido del partido de tu vida y aún no tocaba pitar el final del encuentro, todavía quedaba mucho partido por delante, el tiempo de descuento, e incluso una prórroga. Y por causas ajenas sonó el pitido final.
No es justo, Rafa, que te vayas de esta manera. Estoy contento por haber sido amigo tuyo, porque nos conocimos desde niños. Cuídate allá arriba, y cuida de tu familia.
Nuestra vida está llena de grandes momentos, y una anécdota que tuve contigo fue hace ya mucho tiempo: en un trofeo de fútbol sala en las fiestas del Barrio San Luis, que tú pitabas la final, hubo una jugada, me sacaste tarjeta amarilla con ese brazo bien levantado hacia arriba, como lo ponías tú, y yo te cogí del brazo y te quité la tarjeta de un manotazo y pensé: “¡Dios, me va a expulsar!”.
Ja ja ja, pero no lo hiciste. Eras una buena persona y un magnífico árbitro.
Adiós, Rafa, te quedaba tanto por pitar que me cuesta asimilar tu pitido final.