Buenos días, papá. Se acerca la Navidad, con sus empalagosos villancicos y su dulce y cínica felicidad.
Mientras nos preparamos y pensamos en las cenas que haremos y los regalos que compraremos, también nos enfrentamos al reto de llevar con la mejor sonrisa el hecho de que ya no estaréis sentados a la mesa, aquellos que nos hacéis tanta falta.
Aquellos cuyas ausencia nos atraviesa el alma, aquellos a los que preguntamos sin obtener ya respuesta.
¿Debemos seguir luchando por nosotros mismos y por aquellos que aún nos acompañan en nuestro camino? ¿Debemos poner al mal tiempo buena cara y superar los obstáculos y errores que cometemos? Sin duda sí vale la pena, aunque a veces cueste mucho trabajo.
Debemos siempre dar gracias por el tiempo que pasamos juntos, por el regalo de nuestros hijos y por los que nos quieren, por lo que tuvimos, tenemos y tendremos.
Dar gracias a ¿quién o a qué? Cuando el escepticismo gana con creces a la confianza y a esa -fe-, que dicen que mueve montañas.
Quizás sea hora ya de no seguir culpando a esa fe de nuestras desgracias y volver a creer.
Cuando se acercan los días previos al 17 de diciembre y tengo que leer estas letras antes de publicarlas, me da pánico pensar que al asomarme demasiado al abismo interior de la desesperación caiga al vacío sin esperar salvación.
Pero tranquilos, no seré yo quien se rinda, no puedo permitirme ser cobarde, porque quiero vivir para seguir queriéndote, para ver a los que quiero todos los días de mi vida y para echarle un pulso al destino y gritarle: “Quiero ser feliz”.
Hasta el año que viene, papá.
Tu hija, Carmen Gómez