Antonio David Egea Segura
- La Voz
Ingeniero de alturas, (de montes, de paisajes y de nieves...), que un día de inminente primavera, decides adelantar las jóvenes agujas del reloj, y en la caricia de tu fría mano aturdir y sorprender tus sierras y cañadas y pinedas... tus mejores amigas. Llegaban tus asertos, comedidos de verbo, precisos de sonrisa y de mirada en las que se podía confiar. Y concluído ya tu noviciado, te percatas de que lo allí aprendido resulta ser la libertad del vuelo -pura naturaleza- ajena al vértigo siniestro de los edificios, al asedio de la oscuridad urbana, amigo joven mío... Y así, sin percatarnos casi, escuchamos -también ya algo lejano- el laborioso cántico de tu fervor... Señalabas la voz de otra criatura de tu entorno angélico, en natural contemplación: “Veo la tierra erguida, milagreada, fragante, / ofreciendo y guardando su eterna flor de madre”, (Julio Alfredo Egea, 1975)... Y así, de ardiente mística incendiado, te advertimos lejano e inmediato a la percepción multicisciplinar de la madre alfombrada por los hídricos cursos de ramblas y sustratos, de tus paisajes humanos -casi despoblados, y sin lugar a dudas, jovencísimo ingeniero, amigo, compañero, rodeado de piedemontes y glacis, que se organizan, configurando un sistema de vertientes y relieves, de suaves pendientes por etapas de almendros, de pinares, de cortijos hermosos salpicando..., mas ya, cercano Antonio, amigo en dirección de Dios.
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