No conozco tu nombre, pero estoy seguro de tu sufrimiento desde que ayer los compañeros de Hicham te llamaron por teléfono para comunicarte que ya no tenías hijo.Yo también soy padre y te aseguro que comparto ese dolor, esa sensación de que este mundo injusto te ha dado uno de los golpes más duros que puede recibir una madre. Pero no puedo callarme y no decir, públicamente, que no es el mundo quien es injusto, somos nosotros.
Te quiero pedir perdón, en mi nombre y de esta injusta sociedad que hemos creado, aquí y allí, que te ha provocado tanto sufrimiento.
Perdiste a Hicham hace ya cuatro años, cuando en 2008, con veinte años, llegó hasta Almería intentando trabajar para enviaros dinero a ti, su madre, y a sus seis hermanas. Era el hombre de la casa y asumió esa obligación. Lo perdiste cuando no supimos ofrecerle otro espacio entre nosotros que sobrevivir en un asentamiento de infraviviendas perdido el campo de Níjar; lo perdiste cuando entre todos, las administraciones y la sociedad de Almería en general lo condenamos a malvivir sin nuestro permiso en una chabola por querer alimentar a su familia, como hacemos con otras tantas miles de personas todos los días. Y encima, de cuando en cuando en alguna parte nos atrevemos a resumirlo todo en que son una amenaza para la salud pública, y los desalojamos.
Perdona que no hayamos podido tampoco nosotros, desde Almería Acoge, hacer otra cosa que darle ánimos, intentar dignificar un poco el espacio donde malvivía, facilitarle palabras de comprensión, que pudiera ducharse de cuando en cuando y que pudiera andar con ropa limpia para que no se siguiera hundiendo en ese pozo de exclusión social que son los asentamientos. Será de poco consuelo, pero has de saber que colaboró hace un par de meses a solventar un problema de acceso al agua que afectaba a todo el asentamiento; pero la realidad es muy dura y a mediados de enero lo vimos por última vez y ya supimos que tenía una fuerte depresión.
Te habrán dicho que Hicham se ha quitado la vida, pero no es exacto, Hicham ha perdido de una vida mezquina que no le pertenecía, ha sido una injusta vida impuesta por la dejadez de todos y la injusticia compartida la que ha ido dejando en la cuneta a Hicham durante cuatro años entre nosotros, y entre todos lo hemos permitido. En el último año conocemos al menos tres casos de jóvenes desesperados que han fallecido, entre otras cosas, por no poder soportar la exclusión, la opresión de no existir para casi nadie.
Tu hijo, Hicham Tabit ya descansa en paz, pero nosotros no nos lo podemos permitir. Si nos queda algo de humanidad tenemos que pedirte perdón, y no descansar mientras una sola persona siga condenada a malvivir entre nosotros excluida, apartada, expuesta a esa muerte diaria que son los asentamientos.