Hablaba con voz cavernosa, entre calada y calada de cigarrillo, mirando al infinito como San Pantaleón. Don José Alascio, aunque no nació en Cuevas, era ya un cuevano más. Se ganó el pedigrí a pulso, desde que fuera nombrado sacerdote de la Iglesia de la Encarnación en 1971 hasta su nombramiento como párroco emérito en 2007. Más de 36 años cruzando la calle del Pilar, de su casa a la sacristía, y bajando a dar clase de religión al Instituto. Don José era un cura respetado, con predicamento, con templanza, pero también con prontos. Casi siempre de buen humor, le gustaba darse vueltas en coche por la comarca, cuando aún estaba fuerte.
Hijo del médico Félix Alascio, nació en Olula del Río en 1932 y llegó a la vieja tierra de la plata tras pasar por las parroquias de Cantoria, Ohanes, Albox y un breve escarceo por la Diócesis de Santander. Era además de sacerdote de Cuevas, arcipreste de Vera y fue uno de los primeros religiosos que supo ver la importancia de los medios de comunicación para llegar a la feligresía. Recuerdo como de cuando en cuando me llamaba a Radio Sol, cuando tenía algo que comunicar, en víspera de Navidad, el Día de difuntos, o para explicar quién era San Diego de Alcalá al llegar las fiestas patronales. Con sus dedos amarillos de la nicotina, con sus gafas plateadas, en el fondo de su alma escondía a un gran comunicador, a un Padre Mundina en potencia, pero no para hablar de flores, sino de conciencias.
Se fue ayer don José o Pepe Alascio, como le llamaban sus colegas de sacerdocio, sin hacer ruido, en su casa de Cuevas, apagándose como una vela de la Iglesia a la que dedicó la mayor parte de sus días. Descanse en paz este cura bueno con alma de locutor de radio.