Salvador Romera, que a los cinco años vino desde la provincia de Granada (Melicena) a la barriada de La Cañada de San Urbano, era un señor querido y respetado que derrochaba simpatía y agrado por todos los poros de su cuerpo. Hombre carismático, supo granjearse la simpatía y el aprecio de todo aquel que tuvo la dicha de conocerlo. Apuesto y emprendedor , fruto de ese espíritu de negociante, se metió en la hostelería y montó un gran restaurante al lado de la Universidad de Almería, que lo lanzó a la fama. Su simpatía, su agrado para tratar a la gente y sobre todo sus comidas: migas, gurullos con conejo, paellas, etc. le dieron una gran fama en toda la geografía española, y junto a sus exquisitas y variadas tapas, adquirió una selecta clientela. Sábados, domingos y días festivos había que pedir mesa con antelación.
Con el paso del tiempo terminados en una inquebrantable amistad. El roce hace el cariño y éramos una familia unida por la continua convivencia.
Hemos viajado por toda España siempre juntos, hemos disfrutado de los más bello de la vida, hay que vivirla y disfrutarla, la vida es sacarle el jugo bueno que tiene. Todo llega, todo pasa, y a Romera le llegó la triste hora de decirle adiós a la vida. Cayó enfermo, una enfermedad de las vías respiratorias, y estuvo luchando con la muerte hasta que ésta se lo llevó para nunca más volver. ¡Tú ya no vives, pero no estás muerto porque serás inmortal en todos los corazones que supiste ganar!
Cuando nos llegó la noticia de tu muerte, fue como una pesada losa que nos cayó encima y una tristeza invadió nuestro ser, no pudiendo reprimir las lágrimas por el ser querido que se nos fue para siempre.
Ahora gozas de paz y tranquilidad en un lugar del cielo.
¡No te olvidaremos nunca!