Aunque la muerte sea inevitable en toda existencia, siempre sorprende, y a pesar de conocer la rápida, corta y cruel enfermedad padecida por nuestro querido amigo Antonio Zamora Zamora, más conocido cariñosamente por todos por Antonio El Cano, la noticia del fatal desenlace, estos días atrás, me ha causado, al igual que a todos los que hemos sido amigo de él, una dolorosa impresión. Es, sin duda, la pérdida de un gran profesional de la hostelería almeriense.
Perteneciente a una distinguida familia, Antonio se casó muy joven y, de este gran amor con su compañera y excelente esposa, una gran cocinera, con quien tuvo cuatro hijos, dos hembras y dos varones, a los que adoraba. La noticia parece que ha pasado inadvertida en algunos medios de comunicación, casi de puntillas, con un tamaño casi proporcional, en una escala inversa a la importancia que tuvo su vida en la hostelería para todos los que lo conocimos y que lo teníamos considerado como ‘un guerrero de la hostelería’.
Tenía 79 años. Desde muy joven empezó a trabajar en la hostelería. Único oficio que conoció, siendo su primer trabajo en el Bar Zamorita. Más tarde trabajó en Granja Balear con el señor Manolo. Pasó por el Club Náutico, Café Bar Castilla y el Restaurante El Montañés. En 1957 decidió montar su propio negocio, el Bar El Turia, enfrente de la emblemática y desaparecida Confitería La Ideal. Más tarde, tomó la dirección de la Cafetería Torreluz, también Cafetería Círculo Mercantil. Un poco más tarde volvió a montar de nuevo el Café bar restaurante El Turia, en la calle Ricardos, y que hoy lo regenta su hijo Armando junto con su esposa, dos acreditados profesionales de nuestra hostelería.
Cuantos conocimos a persona tan cabal como El Cano mantendremos viva la memoria de su rectitud y lo reconoceremos como perspicaz consejero y auténtico maestro de generaciones hosteleras. Lo fuiste por la sensibilidad humanística inspiradora de tus actuaciones y tus consejos, por tu apego a la eficacia sin dobleces, vínculo de perfección en tu interés de abrir nuevos caminos al servicio del prójimo, sin que contrariedad alguna rebajase el porcentaje de tu entrega, al cien por cien, en veraz espíritu de misión. Aunque tus hijas tiraron por otros derroteros, sí debo decirte que tu hijo menor siempre fue un buen amigo, tu gran acompañante, tu gran consejero y, sobre todo, tu gran hijo.
Descanse en paz nuestro querido Antonio, un caballero de la hostelería y, desde estas páginas, me uno al dolor de toda esta gran familia.