Hasta siempre, amigo y compañero

bartolomé campos

Baldomero Espejo Muñoz

  • La Voz
Me dijeron en una ocasión que uno no se da cuenta de que se está poniendo mayor hasta que empiezan a faltar los padres de amigos, y aún más si son los propios. Cuando vuelvo como otro domingo a mediodía, tras unas horas de dar pedales, por eso de cuidarse y quemar papeletas de riesgo, veo en el móvil un mensaje de nuestro siempre “delegado” Fulgen, leo su contenido y no me lo creo a primera vista, pero me entra un escalofrío y pienso: tiene que ser verdad, con estas cosas no se bromea. Aunque nos separaban tres lustros, nos sentíamos contemporáneos. Cuando otro amigo, tampoco ya entre nosotros, fue llamando para invitarnos a realizar un reto ilusionante, la consecución de una aspiración no iniciada o incompleta, acertó al acordarse de profesionales de parecida edad y trayectoria, por eso fue fácil hacer un grupo, aunque no nos conociésemos hasta ese momento. De lo que hemos vivido después podemos dar fe, por haber sido actores y testigos, todos los compañeros. La Licenciatura en Derecho ha sido algo especial, y también para ti. Tu juramento, apadrinado por tu hijo, circunstancia acontecida por primera vez tras 170 años de historia del Colegio de Abogados de Almería, y después de retomar la vuelta a las aulas, al igual que otros dos ejemplos que hemos vivido, nos da la dimensión de grandeza de esforzados padres, que retoman o inician estudios junto a hijos, a una avanzada edad, sin serles necesario por tener reconocida posición y experiencia profesional, y sólo por el hecho de estar a su lado, ayudarles a romper con los tiempos, que no pierdan su generación, y apoyarles en algo mucho más importante que lo material: en lo humano. Buenos momentos Siempre te recordaremos por tu cercanía, tu servicialidad, tus chascarrillos, tu azogue por echar un pitillo, tu afición a los toros, y al Machaquito, que muchos conocieron gracias a ti, y que tantos buenos momentos nos ha dado. Estuve buscando el día, y no ha podido ser, de pasar a verte por tu puesto funcionarial, y dar fe de que lo que peor llevabas tras la reincorporación de tu excedencia: los madrugones. Esos que con sacrificio tenías que asumir durante dos años, y ya te quedaba muy poco, para que cuando cumplieras la edad reglamentaria, poder disfrutar de tu merecida Jubilación, y dedicarte a tus hijos, tu nieta, hermanas, demás familia, amigos… y la siempre a tu lado y compañera Isabelita. Apenas hacía un mes que nos cruzamos en la galería de Oliveros, y al preguntar por tu ausencia en un evento en que esperábamos coincidir, me dijiste que estabas de pruebas: “Fíjate que me han dicho los médicos que tengo menisco, y yo nunca he padecido de las rodillas”. Todo lo demás se desencadenó como una tormenta, cuya vorágine te engulló, y de la que quisiste que no supiéramos. No es de mi agrado ver a seres queridos de cuerpo presente, prefiero recordarlos con vida, y en los buenos momentos. Pero contigo fue diferente. No me apenaba mirarte, estabas igual, esbozando una sonrisa, solo te faltaban las lentes para ser el de siempre, nuestro Baldo. Hasta siempre amigo y compañero Baldomero: el niño guapo, listo, y con dineros.