Habrá quien la recuerde por la Plaza del Ayuntamiento tomando café o por el mercado de la Plaza del Castillo, curioseando entre los puestecillos.
Habrá quien la recuerde por la Glorieta o en el bar Pérez o en El Pillo, seguro, en esos días del carnaval antiguo de Cuevas, cuando había más máscaras que comparsas, más ilusión que miriñaques, animando al personal, o en el casino o en la nave polivalente hablando y hablando, gesticulando con los brazos, con sus gafillas de pasta.
Habrá quien recuerde, a Queti, por su risa contagiosa hasta la exageración, por sus ganas de diversión, de vivir, de hacer paellas en el campo, de cenar en las noches de verano.
Habrá quien la recuerde en el Barrio Bravo donde vivía, cuidando los arbolillos o los veranos en Villaricos en La Balsica o en cualquier mesa llena de helados y copas hablando sin parar, argumentando, quejándose con estridencia, parlamentando como una diputada o senadora de a pie; habrá quien la recuerde con los hermanos franceses en Saintes, la ciudad de los jardines de embeleso, bailando flamenco como poseida, pasándoselo bien como muy pocas personas son capaces de lograrlo en este mundo; allí estaba Queti, del Barrio Bravo de Cuevas, la hija del Sintas, bailando para Michel Barón, el alcalde francés, dejando atónitos a los hermanos de Tombuctú, cuatro morenos altos como estacas y un fiscal, con sus túnicas azules de raso, alucinando con los movimientos pélvicos de esta cuevana de pro.
Habrá quien la recuerde por San Diego de Alcalá, que la echará de menos ahora que está tan cerca, por sus ganas de fiesta, en esa última feria de la provincia, como una clásica entre los voladillos de las casetas de las hermandades.
Habrá quien la recuerda en el hospital de Huércal-Overa, haciendo reir a los ancianos, echando un cable a quien lo necesitara, o con los compañeros del sindicato; habrá quien la recuerde en la feria de Almería, retando al más pintado, con desparpajo.
Se ha ido de pronto, Queti, casi sin avisar, para que sus amigos y paisanos la recuerden como un torbellino de colores, con su flequillo rebelde, con su risa franca, con sus ganas de vivir.
Poco más de medio siglo bien aprovechado, sacándole la espuma a la vida, aunque al final una maldita enfermedad le haya arrancado ese carácter, ese ansía que ella ponía en todo. Ya no era ella.