El pasado miércoles 6 de noviembre llegó al final de su vida don José Navarro Giménez, sacerdote natural de la aldea albojense de Las Pocicas. Tenía 87 años.
Director espiritual del Colegio La Salle y capellán del Hospital Torrecárdenas de Almería, este obituario no aspira a convertirse en la historia completa de su larga y fructífera existencia. Es la versión de una paisana que, por cuestiones de edad, no conoce los detalles de la labor que realizó en el seno de la Iglesia. Eso lo deben escribir otros. De lo que sí sé es de la calidad humana y la generosidad de las que Pepe el Cura -como se le conoce coloquialmente en Albox- hizo siempre gala.
No exagero si afirmo que generaciones y generaciones de pociqueros -también muchos albojenses y almerienses- recibieron el bautismo y la comunión de don José Navarro. Pepe el Cura siempre estaba ahí. Tanto para esa boda a la que a última hora no se presentaba el sacerdote esperado como para el funeral de esa vecina de toda la vida, por mucho que él ya no estuviese para esos trotes. Todavía recuerdo con un nudo en la garganta cuando, de forma inesperada, se presentó hace unos años para oficiar el entierro de mi abuela después de un largo viaje en taxi desde Almería.
Ignoro cuántos favores le pidieron a lo largo de tantos años consagrados a los demás. Sí sé que los mismos que él atendió y resolvió con éxito. Hubo un tiempo en que cada paisano que necesitaba los cuidados de un hospital acudía a don José Navarro en busca de ayuda y de consuelo.
Acercó a los niños a la Iglesia. Buena parte de la chiquillería de la zona ejerció de monaguillo junto a Pepe el Cura. He de confesar que más motivados por los ‘veinte duros’ que luego nos daba para comprar chucherías que por una verdadera fe católica.
Gran conversador y amante del arte y del buen comer, tiene una plaza con su nombre en la que se ubica la iglesia de Santa Bárbara. Al lado de la casa familiar, donde disfrutó de sus seres queridos.
Ver a otro Papa Hace años sufrió un infarto mientras algunos niños jugábamos en la plaza del pueblo. Muchos pensaron que no lo contaría, pero dicen sus sobrinos -entre los que están algunos de mis mejores amigos- que él siempre aseguraba: “Todavía tengo que ver a otro Papa”.
La última vez que lo vi fue hace más de un año durante una entrevista a propósito su vinculación con el poeta albojense Juan Berbel, del que yo preparaba entonces una biografía. Acompañados por su querida sobrina nieta Silvia, merendamos en el Hotel Catedral. Cometí dos errores. El primero fue que nunca le llegué a llevar el libro, quizá por el pudor de saber de su maltrecha salud. El segundo y más grave, reparar en que debía hacerle otra entrevista. Esta vez acerca de su fascinante vida.
Descanse en paz.