Mi primo Alonso López Martínez acaba de morir. Me enfurecía cuando, al recriminarle que fumara cuando no debía, contestaba con un estúpido “de algo hay que morir”. Llegué a gritarle, a quitarle con violencia el cigarrillo de la mano aún sabiendo que lo avergonzaba en medio de la gente, la fiel parroquia del Bar de Pedro Cortés. Su mirada era entonces de rebeldía. Pero yo no me arredraba: “Imbécil, si a ti no te importa morirte a mí si me importa que vivas”. Mi pueblo, Garrucha, en Almería, es pequeño y marinero. El rumor de la mar es la sintonía de nuestras vidas y la sinfonía de nuestras muertes. El cementerio está en un otero, no más, pero “tan alto como el horizonte” al que van y del que vienen los barcos cada día. En él reposan y se hacen polvo nuestros huesos; pero nuestras voces gritadoras, nuestra memoria individual y colectiva, queda registrada en la serenidad de la mar cuando amanece, en el fragor imponente de los temporales. Ahora, mi prima Beatriz sabrá por qué la gaviota que amaestró y viene a comer a su terraza cada día, parecerá una paloma mensajera que le trae tres palabras de mar adentro: “Gracias. Lo siento”. Es Navidad. Os pido el regalo de una oración por mi primo Alonso. Ha sido un hombre sencillo. Y bueno. Lo añoro. Lo quiero. Salud, paz, conformidad y alegría. De todo corazón os lo deseo.