Los dependientes de La Pajarita

En la Plaza de Manuel Pérez,frente a los actuales Refugios, fue uno de los comercios de tejidos con más solera de Almería

Empleados de La Pajarita en sus primeros años, donde se ven los estantes de tejidos.
Empleados de La Pajarita en sus primeros años, donde se ven los estantes de tejidos.
Manuel León
19:48 • 29 feb. 2016

Media docena de atildados dependientes con pajarita, para no desmerecer el nombre del negocio, componían la escena. Cuando entraban las clientas en busca de un trozo de tela para hacer un vestido, lo primero era preguntarles por la salud, por los estudios de la niña o cómo iba el abuelo con el constipado. Eran empleados exquisitos, con nombradía en toda Almería por su diligencia y por el  fino corte que propinaban a los diversos tejidos que se apilaban es las inmensas estanterías que había tras sus espaldas.




Aconsejaban, orientaban, advertían, porque conocían las hechuras de cada miembro de la familia, a la hora de elegir las sedas para una blusa o el punto para un vestido de organdiles, cuando vestir era un signo diferenciador, cuando la distinción estaba en el paño, cuando aún había trajes de domingo  y de diario.




Cuando el comprador tenía ya clara la elección, los dependientes de La Pajarita, en ese enjambre de comercios, expendedurías y almacenes chamarileros que era la Plaza de Manuel Pérez, se armaban con el metro de madera, la tiza azul y las enormes tijeras de sastre y guillotinaban el tejido lustroso que debía servir para confeccionar el soñado vestido con la precisión de un cirujano.




Muchos años después, esas mismas tijeras le habrían de servir al pintor indaliano Gómez Abad, que fue empleado en sus inicios en el establecimiento, para cortar sus lienzos y armar los bastidores artesanales sobre los que pintaba sus celebrados bodegones preñados de uvas. Luego estaban esos días que había que hacer inventario, con las puertas cerradas, cuando aún no había nada mecanizado en esa primitiva actividad comercial, en la que todo se fiaba a la confianza entre clientes, dueño y empleados, cuando había que desembalar el género que llegaba de las fábricas textiles catalanas y empezar a apuntar con tinta china en una libreta los metros, el tamaño y la procedencia.




La pajarita, el célebre comercio de La Pajarita, fue abierto en 1934 por José del Pino Castillo, en la Plaza consagrada al político Manuel Pérez García, que antes había sido llamada de Nicolás Salmerón y después Alejandro Salazar, hasta recuperar su primitivo nombre.




Este comerciante almeriense, nacido el año en que se perdieron las últimas colonias, venía de ser agente comercial de Aceites y Grasas Victory, acreditado para autos y máquinas, que tenía despacho en el Paseo del Príncipe, 40. Y cuando tuvo oportunidad, no dudo en arrendar el local y darle el nombre de una vieja tienda de comestibles que acababa de cerrar en la Plaza de San Sebastián. Allí nació la nueva Pajarita, frente a los actuales refugios de la Guerra Civil, entre un abigarrado mosaico de tiendecillas almerienses castizas como la Tijera de Oro, la Casa de las Medias, la Tienda de los Cuadros o el Rinconcillo, donde vendían sombreros y paraguas y que serpenteaban como un ofidio hasta la Plaza del Carmen, donde estaban los Almacenes Escámez y la funeraria. En ese anchurón, antes de penetrar en la calle Las Tiendas por la umbría de  Santiago Apostol, estaba La Pajarita, bajo una vivienda con esplendorosos balcones de buche de golondrina por donde transitaban los cosarios con sus carros para abastecerse de quincallería variada.




José del Pino era un flemático tendero, de bonachón aspecto, aficionado  a las partidas en el Círculo Mercantil, hijo de Juan del Pino y Matilde Castillo, que había formado familia con Matilde Zea. La Pajarita fue su vida y obra, desde que la abrió en tiempos republicanos y hasta que la cerró en 1971 para dejar paso a un nuevo comercio, El Corte Español, que se publicitaba en esa época con el anunciode que ‘La pajarita voló y en lugar llega El Corte Español’.




El establecimiento de Del Pino, no tuvo nunca la cantidad y variedad de Almacenes El Aguila, en el Paseo, pero sí contó con una clientela fiel que se vistió con tejidos de La Pajarita durante 37 años.


La estancia estaba presidida por un  macizo mostrador de madera en forma de U, de una sola pieza, donde los muchachos despachaban las demandadas telas de Valdespino, que llegaban-como los vinos buenos-  de Jerez de la Frontera, o la pañería selecta para gabanes o los surtidos de gamuzas o las colchas de crespón. Los anaqueles donde reposaban las madejas de lana trepaban hasta unos techos altos de donde colgaban lámparas de hierro forjado.
La Pajarita destacaba, en esos tiempos, cuando los trajes duraban toda una vida, por su extenso surtido en panas, en mantelerías, en damascos, abrigos de lana Pirineo, pellizas, luto y alivio de luto, equipos para novias y el tejido Ayatine, exclusivo del establecimiento.


Cuando estalló la Guerra, José del Pino se tuvo que sumar a la lista de comercios que eran casi obligados a hacer donaciones a las milicias. Por eso aparecían los anuncios  de que Casa Rosales había donado media docena de gorras o que Almacenes San José, de Juan Morata había enviado mantas o que La Pajarita había entregado camisas y calcetines de lana para los arrojados soldados que combatían en el frente del Molinillo, cerca de Granada. O para los refugiados en el Comisariado de Intendencia en la Plaza Seis de octubre.


Eran tiempos de estrecheces, de raciones menguadas, en los que la indumentaria quedó en un segundo lugar, ante la imperiosa necesidad de comer, de conseguir un chusco de pan o una ración de bacalao. Tras la Guerra, José del Pino, tuvo que seguir haciendo lo mismo, solo que con los vencedores ahora: seguía las listas de donativos con espuma de afeitar, cepillos de dientes, camisetas, sábanas junto a otros comerciales como Manuel Céspedes, Rafael Miras o Francisco Bretones, para los más necesitados, en esos tiempos de hambre pura.


José del Pino liquidó existencias en 1971, se jubiló y con él la célebre Pajarita donde se vistieron  generaciones de almerienses. Con este comerciante y con otros como él se fueron esfumando las viejas formas de entender el negocio, donde el trato personal lo era todo.


 



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