No fue una sortija de oro ni un vestido bordado en damascos lo que Bernardo Campos Rambaud regaló a su esposa Ana Medina Ximenez, en el otoño de su vida. Fue un palacete burgués, levantado como un faro de piedra noble en la feraz vega del Andarax. Tenía ya 60 años este rico comerciante almeriense y quiso con ello recompensar a la mujer con la que había compartido sus días y sus hijos.
El Cortijo de las Dos Torres sigue ahí siglo y medio después, en la barriada de El Chuche de Benahadux, en ese paraíso del azahar, como testigo mudo de esplendores y decadencias, alegrías y amarguras de la saga familiar que lo habitó desde 1868.
Porte fantasmagórico
Su porte fantasmagórico, su pasado legendario y el panteón familiar que lo complementa entre ágaves, palmerales y cipreses, ha teñido su historia de supersticiones y leyendas lugareñas que van pasando sotto voce de padres a hijos.
El burgués Bernardo Campos, que había sido alcalde de Almería y diputado, edificó la casona como una villa de recreo romana cuando estalló la Gloriosa Revolución y una década después le añadió las dos torres cilíndricas que la coronan. La finca contaba con 65 hectáreas y una primitiva fuente de agua con la que se regaban, primero los parrales y después los naranjos, higueras, perales y campos de trigo y cebada junto al boliche.
El promotor de ese remanso bucólico del Andarax falleció en 1886 y fue su viuda la que se ocupó de mantenerlo, construyendo una capilla y panteón, donde enterró los restos de su amado esposo y de su suegro, Bernardo Campos Arredondo, un rico hacendado de tendencia liberal que avaló el mantenimiento del Convento de los Dominicos, tras la Desamortización y construyó en 1830 el Teatro Campos, el primero de la ciudad.
Ana Medina, simultaneó entonces sus estancias en su casa de la Plaza de Marín en Almería con los meses que pasaba en la finca, organizando el trabajo de los temporeros y dirigiendo la recogida de la cosecha. En la parte de arriba estaba la vivienda familiar, bajo las dos torres gemelas destinadas a palomar a las que se accedía por una escalera de caracol, con una superficie de más de 700 metros y con un gran zaguán para carruajes.
La casa se complementaba con habitaciones auxiliares, espacio de lectura y costura, almacenes y alacenas para conservar las verduras y productos de matanza, cuadra, granero y zona de aperos de labranza que administraba el capataz Indalecio Berenguel.
Disponía el Cortijo de un gran jardín, una paseo de palmeras africanas y dos balsas de agua para riego y para el baño los veranos, como una primitiva piscina decimonónica. La construcción de la vía del tren de Linares-Almería había partido por la mitad la finca que todas las tardes se vería desde entonces alegrada por el bramido de la locomotora.
Bernardo y Ana, los primeros moradores, tuvieron dos hijos, José y Rafael. Este último murió soltero años después de haber sido secuestrado por una partida de bandoleros que pidieron un rescate a su madre de 15.000 pesetas.
En 1897 falleció Ana Medina, y tres años después su hijo José, casado con Clotilde Sánchez Barranco, y las Dos Torres es heredada por Dolores Campos Sánchez y su marido el terrateniente Nicolás Godoy Joya.La finca adquirió entonces un gran esplendor, con grandes cosechas de uva, frutales y cereal y jornaleros laborando en el horizonte que divisaba la patrona, como cabezas de cerillas, desde los ventanales de las Torres.
En llamas como dos antorchas
Hasta que la Guerra rompió ese idílico mundo de la Casona del Chuche: el edificio sufrió un incendio y las torres ardieron como antorchas humeantes, aunque la estructura robusta resistió así como el tiempo que fue requisado como almacén republicano. En 1938 murió Dolores Campos y en 1945 su esposo. El edificio fue restaurado entonces, con proyecto del arquitecto Guillermo Langle, por su hija Dolores Godoy Campos, casada con el médico de Pechina, José Díaz Aguilar que mantuvieron pintada de negro una de las dos torres, como memoria de la barbarie del incendio. Después pasó a Dolores Díaz Godoy junto a sus hermanos y su marido Emiliano Durán.
La actividad agrícola languidece, la naranja ya no se paga y las huellas del tiempo van dejando su poso en la Casona que construyera el hacendado Bernardo Campos como un capricho de amor. Una de las últimas herederas, María Dolores Durán Díaz, vendió entonces sobre 1990 el Cortijo de las Torres al empresario del mueble Juan Magaña que falleció al poco tiempo de la compra.
Ahora sigue habitado por su viuda Teresa y sus hijas, ya sin el rumor de los naranjeros en lontananza, sin el frescor de las balsas en verano, sin carruajes y cocheros en el portón, pero con las mismas torres cilíndricas como centinelas del valle y de los huesos mudos que reposan en el cercano panteón familiar y que provocan escalofríos a todo el que transita de noche por ese pago cercano a la capital.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/12/almeria/109231/el-embrujo-de-las-dos-torres