En el último tramo de la calle General Luque, frente a la bajada hacia el Parque y a unos metros de la Avenida del Mar, se mantiene en pie el esqueleto de lo que fue el antiguo cine Katiuska. Es otro edificio perdido que de tanto abandono le han crecido las chumberas en las cornisas y en la terraza. Su destino será venirse abajo, desplomarse sobre la acera con toda la historia que encierra para levantar sobre sus cenizas un piso moderno.
El Salón Katiuska fue uno de los cines de Almería en los años treinta. Llevaba el nombre de la célebre zarzuela del maestro Sorozabal ‘Katiuska’ o ‘La Rusia roja’, como también se le conoció, que contaba una historia de amor en la época de la revolución bolchevique. El Katiuska nació en tiempos de la República y fiel a su nombre siempre tuvo una clara inclinación soviética. En la ciudad le llamaban el cine rojo.
A diferencia del Teatro Cervantes, que sólo proyectaba películas los fines de semana, el Katiuska abría todos los días con dos funciones, a las seis y a las ocho de la tarde. Fue el primer cine en la ciudad que puso de moda una sesión infantil, los domingos a las tres de la tarde. Esta idea fue repescada en los años setenta por el empresario Juan Asensio, en aquellas proyecciones para niños de los domingos por la mañana en el cine Moderno.
Antes de convertirse en sala de cine, el Katiuska fue un almacén de barrilería, por lo que hubo que hacer una reforma completa en su interior. Una de las paredes del local se levantó sobre la vieja muralla árabe que bajaba desde la torre de poniente de La Alcazaba por la calle Socorro. La entrada y la taquilla estaba en la fachada principal, en la calle General Luque, frente al Parque, mientras que en un costado, tenía la puerta de salida. Por dentro, el salón era estrecho y alargado. Las butacas eran sillas de madera y la pantalla estaba situada al fondo, metida hacia la calle del Socorro. Los fines de semanas, ofrecía tres sesiones diarias: a las tres y media, a las seis y media y a las diez de la noche. Siempre proyectaba dos películas, la primera de dibujos animados y la segunda de reestreno.
Fue el primer cine que se instaló en el barrio. Pertenecía a la vez al distrito de la Plaza de Pavía y a La Chanca. Allí pudieron ver los jóvenes de la época las películas de Charlot y las del Gordo y el Flaco al módico precio de dos perras gordas. Tenía un modesto patio de butacas y bancos de madera a modo de gallinero que llevaban impregnado en las tablas el olor del zotal. Los domingos, cuando la sala se llenaba y no había asientos suficientes, era habitual que la gente fuera al cine tirando de una silla de su casa.
El Katiuska siguió abierto durante los años de la Guerra Civil. Antes de las películas se proyectaban documentales de propaganda que enviaban desde el Ministerio de Cultura de la República. Aquellas cintas intentaban levantar el ánimo de la población con arengas que hablaban de la inminente victoria de las tropas republicanas. En el verano de 1936, la empresa montó también una terraza de cine con el nombre de Katiuska, junto a la Rambla, a la entrada del puente de la estación. Antes de que se produjera el alzamiento militar, en aquellas primeras semanas del verano, la terraza competía con la de Versalles, instalada sobre el solar del antiguo campo de fútbol de Regocijos, con la Hesperia, que funcionaba al aire libre en el recinto del Tiro Nacional, y con la terraza Iris Park, que se montaba sobre el ruedo de la Plaza de Toros.
En los días de guerra el Katiuska era también sede de mítines y arengas políticas. En septiembre de 1936 celebró una función benéfica a beneficio de las milicias antifascitas, y llegó a convertirse en la única sala de la ciudad que mantuvo el cine a diario en los tiempos más complicados. Al terminar la guerra el edificio fue clausurado. Quitaron de la fachada el cartel con el nombre y la bandera de la República y en su lugar pintaron con letras rojas: “Viva Franco”.
En el mes de noviembre de 1939, el cine volvió a abrir sus puertas al público, pero con el nombre cambiado. El Katiuska pasó a llamarse ‘Salón Nacional’. La primera película que dio fue ‘Satanás’, una de miedo con Boris Karloff y Bela Lugosi. El nuevo Katiuska, ahora con otra denominación, estuvo abierto un año.
En 1941 el viejo cine se transformó en un negocio de manipulación de esparto hasta que la familia Oliveros compró el edificio y lo convirtió en un almacén de hierros para sus talleres.
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