El neurólogo y neurocirujano Antonio Huete está acostumbrado a cambiar los quirófanos de Torrecárdenas por dispensarios médicos en lugares remotos. Después de Togo, Tanzania, Burkina Faso, Etiopía o Palestina, este año se ha embarcado en una misión médico quirúrgica en la República Centroafricana; el segundo país del mundo con el PIB (Producto Interior Bruto) más bajo. Allí, de la mano de una congregación religiosa, ha atendido a cerca de 200 niños.
Las vacaciones de este médico granadino afincado en Almería han sido “duras”. A las horas en coche por caminos infames para llegar a las aldeas más alejadas y pobres (“las de los pigmeos”, por ejemplo), ha sumado la impotencia de ver cómo, sin apenas antibióticos, cualquier infección podía llevarse por delante la vida de los más pequeños. Sin anestesista pediátrico, ha operado, lo que ha podido y “con anestesia local”, reconoce.
50.000 refugiados
Las situaciones dramáticas que ha vivido parecían adivinarse nada más aterrizar en el aeropuerto internacional de Bangui, capital de la república y “única localidad con hospital en un país más grande que España”. A los dos lados de la pista central, Huete vio a los más de 50.000 refugiados que la guerra (acabó en 2015) ha ido empujando hasta allí. Un lugar en el que, gracias a la ONG Acnur, sobreviven como pueden.
Picaduras de serpiente, infecciones de todo tipo, malaria y mucha epilepsia es lo que ha visto Huete en una población muy dispersa a la que no siempre se podía llegar en vehículo. “Hemos cogido incluso canoas para, por río, acercarnos a los dispensarios más alejados, siempre en la zona sur de la República Centroafricana”, la que limita con Congo.
Doce días intensos en los que, de seis de la mañana a seis de la tarde (horas con luz), ha diagnosticado y siempre que ha podido curado. “Y gracias a los antibióticos que he llevado y a los que me han dejado los misioneros combonianos con los que me desplazaba por un territorio difícil”, dice.
Aún así no se ha escapado de situaciones en las que los diagnósticos no llegaban acompañados de las soluciones terapéuticas o quirúrgicas a las que sí tiene acceso en el Hospital Torrecárdenas. Recuerda este neurocirujano la impotencia que se siente cuando una niña, Lea, con un tumor en la cabeza del fémur no puede hacer nada salvo esperar. Atormentada por los dolores lo único que Huete y los misioneras combonianos pudieron conseguir para ella fue morfina durante los dos últimos días de su vida.
Salva vidas
Un día antes de regresar de esta experiencia africana y ya volviendo hacia la capital, unos padres, con un niño de dos años en brazos, les pidieron ayuda. Se habían puesto en camino, a pie, hacia Bangui con el pequeño con fiebre tifoidea. Los subieron al coche y con el niño en coma les acercaron primero a un dispensario de monjas, donde le pusieron una vía, y después hasta el hospital a donde llegó in extremis. Encontrarlo en el camino, le salvó la vida.
Casos como el de este pequeño hacen que merezca la pena. “Algunos preguntan qué puede cambiar en 12 días. Cambia la suerte de niños a los que podemos ver, diagnosticar y curar”, dice Huete con una sonrisa. No en vano, siempre repite. Y aunque va cambiando de destino, su móvil ya lo tienen misioneros de varios países. Él no falla.
Huete: “Una amoxicilina es allí un salvavidas”
La necesidad de fármacos es acuciante en la República Centroafricana. “Una amoxicilina (antibiótico) salvavidas”, reconoce el neurólogo y neurocirujano Antonio Huete, que ha llevado hasta los dispensarios de los misioneros combonianos antibióticos y otros fármacos donados por el Complejo Hospitalario Torrecárdenas. “La verdad es que el centro se porta muy bien. Aquí me conocen todos y todos están concienciados a la hora de reciclar el material sanitario para poder enviarlo a donde más se necesita”, explica este especialista.
Todo lo que se no se va a utilizar en el hospital de Almería y puede tener todavía cierta vida útil, se envía a dónde supone la diferencia entre la vida y la muerte.
Contenedor lleno de vida
“Ahora voy a mandar, gracias al apoyo de la ONG Bangassou, un contenedor con material y fármacos al misionero Jesús Ruiz. Es misionero comboniano, es de Granada, y es con él, con el que he recorrido los dispensarios al sur de Bangui y he llegado a poblados pigmeos”, dice Huete.
Si no fuera con ayuda, sería muy difícil poder hacer llegar todo el material hasta la República Centroafricana. Sólo el envío puede suponer unos 6.000 euros, apunta.
Material hospitalario
El próximo contenedor que va a llegar hasta la zona en la que Huete ha pasado parte de sus “vacaciones”, contará, además con camas de hospital y una gran cantidad de material del hospital de Ronda, que se está remozando. Lo que aquí ya no tiene mayor vida útil, viene muy bien en un lugar en el que los dispensarios sólo tienen de centro sanitario el nombre.
De hecho, el principal problema con el que se ha encontrado este especialista almeriense en su viaje a la República Centroafricana ha sido la falta de recursos. Sin apenas antibióticos, los niños mueren de una infección cualquiera. En ocasiones, sólo queda esperar porque no hay una solución terapéutica. Hay veces en las que ni siquiera se pueden diagnosticar las patologías que puede tener la población. “Es uno de los países más pobres en los que he estado”, reconoce.
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