“He cogido a los dos niños, el perrillo chico que tengo, algo de ropa y he salido a la calle”, relata asustada Raquel Fenoy Muñoz. Aguarda junto a unas bolsas con objetos personales la decisión de técnicos y políticos para refugiarse bajo un techo con sus hijos, de 2 y 5 años, y su marido (sabría después que el lugar habilitado para pasar la noche sería el Pabellón de Pescadería).
Fenoy salía a la calle “sin pensárselo dos veces” después de que “un hombre le tocara a la puerta y visara de que se iba a desalojar, por inseguro, todo el bloque de viviendas”. “Hay muchos que no quieren salir. No saben a dónde ir y no quieren dejar sus casas. Yo no pienso así. Si hay peligro, me voy con los niños a donde sea”, dice segura, antes de rectificar. “Bueno, a donde sea, no. Con los niños tan pequeños, no”.
Mataba sus nervios Raquel Fenoy con la conversación. Conversación con otros vecinos como María Virtudes Rubio Nieto, que recordaba cómo el suceso de este viernes no es ni único, ni aislado.
Se cayó con la bañera
“Hace un año, una mujer marroquí se cayó dentro de la bañera a la tienda que había abajo”, recordaba al abrigo luminoso de una de las pocas farolas que anoche arrojaba algo de luz en el número 43 de la avenida del Mar.
“Esto no es seguro”, llegaba a decir una tercera vecina que acababa de dejar a su bebé de 14 meses en casa de su suegra. “El pobre está malillo y cuando han dicho de desalojar, lo he cogido, he reunido las medicinas que tiene que tomar y he salido a la calle. Claro, que aquí no puede estar con este frío”, decía preocupada.
Es que “ha retumbado toda la casa”, insistía Raquel Fenoy que, ya en compañía de su marido, recordaba cómo ellos, que son propietarios “con papeles” de la vivienda, han acometido algunos arreglillos. “En general, está todo muy mal”, pero no hay unión vecinal para poder acometer mejoras, decían en corrillos otros vecinos, que preferían no dar nombres ni dirigirse a los medios de comunicación.
En esos corrillos, limpiadoras del colegio público La Chanca, miembros de asociaciones como La Chanca a mucha honra o Almería Acoge, hablaban con personas desalojadas, bomberos que esperaban la orden para prestar “luz y ayuda” y vecinos de viviendas cercanas que llegaban hasta la plaza para saber la razón del problema.
Un problema por todos conocido. “Esto está fatal y nadie lo ha arreglado. Todos se desentienden”, decía una mujer de edad avanzada que, vecina de un edificio próximo, relataba sucesos similares.
Entre todos, una cosa clara: el inmueble necesita una reforma que dé seguridad a sus vecinos, muchos niños. “Yo no veía tantos chiquillos desde que yo era pequeño”, apuntaba un hombre de mediana edad que apuraba un cigarro antes de cambiar de grupo y seguir con la conversación.
“No se puede ni tender”
“Creo que la decisión del desalojo es precisamente por los niños. Yo no dejo a los míos que se acerquen a la puerta. Y tampoco me atrevo a tender por temor a que la barandilla se vaya hacia adelante”, confirmaba una vecina más, que, poco a poco, se iba haciendo a la idea de que pasará el fin de semana fuera.
"No me voy que me ocupan la casa"
Nació hace más de medio siglo en la casa de la que ahora le dicen que tiene que salir casi con lo puesto hasta que los peritos le confirmen si es o no segura. Pero él, que prefiere no decir su nombre, no quiere. “Existe el peligro de que otros ocupen las casas que vayan quedando vacías”, asegura. “Ya hay gente que vive así (de okupas) y eso va a echar hacia atrás a muchos otros vecinos cuando tengan que tomar la decisión de dejar la casa, cerrar la puerta e irse”, dice inseguro.
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