Junto al viejo cortijo llamado de Góngora, a un lado de la Rambla de Belén, se abre un sendero que lleva hasta el corazón de la Molineta. Nada más empezar el camino aparece un pino seco, como un anuncio del abandono que ha sufrido este lugar en los últimos cuarenta años. El árbol está cerca de un palomar de piedra derruido, cuyo majestuoso arco descansa entre las rocas y la vegetación que con las últimas lluvias ha poblado el paisaje.
Subiendo, antes de perder de vista el palacio, se puede ver lo que queda de la antigua casa de los aparceros, frente a los restos de un aljibe y un bosque de eucaliptos que llena de sombras la hacienda. A medida que se empieza a subir el cerro uno descubre el alma de aquel lugar: los restos del canal de San Indalecio que con su entramado de acequias y balsas le dieron vida a la Molineta en las primeras décadas del siglo pasado, haciendo que el milagro del agua llegara desde los montes de Benahadux. Ahí están los restos del cauce contando su historia y los árboles que aguantaban el avance de la erosión para que el cerro no se tragara la acequia.
Lugar mágico
Aquel camino de cuestas lleva hasta un lugar mágico que desde lejos parece la base de una pirámide. Son las piedras de la balsa conocida con el nombre de ‘los cien escalones’, un escenario mítico para varias generaciones de adolescentes que conocieron la balsa cuando todavía tenía agua y cuando aún corría la leyenda de que un guarda despiadado con escopeta y cartuchos de sal rondaba por la zona para que ningún niño osara a darse un baño en aquellas aguas sagradas. En realidad, la balsa tiene cincuenta y dos escalones, pero si uno los baja y luego los sube entiende por qué el nombre de los cien escalones.
Frente a la gigantesca balsa estaba la casa del relojero, el encargado de abrir y cerrar las llaves de paso del agua cuando había que repartir las horas de riego entre los agricultores. De la vivienda quedan las piedras y un trozo de pared que ha sobrevivido al paso del tiempo.
La balsa de los cien escalones esconde una inmensa cueva en su interior, que linda con la zona donde estuvieron instalados los polvorines. Es la zona conocida también como las cuevas de Conan porque allí se estuvieron rodando escenas de la famosa película que en 1982 trajo a Almería al actor americano Arnold Schwarzenegger. En su origen, este paraje era una gran cantera de donde se extrajo la piedra con la que se construyó el dique de levante del puerto. Hasta la reforma de la Rambla de Belén, todavía era posible encontrarse con los restos de la vía estrecha por la que bajaba el tren cargado de piedras camino del muelle. Cuando se abandonaron las canteras la zona se transformó en un almacén de pólvora.
La columna
Una mina de las que atraviesan y rodean el cerro se abre paso entre las rocas, perforando la montaña hasta el lado de poniente. Allí se encuentra otra gruta que los niños del lugar bautizaron con el nombre de la cueva de la Columna, en honor a la piedra gigantesca que cuelga del techo. Se trata de una antigua balsa que se quedó sin agua como poco a poco se fue quedando sin vida aquel inmenso parque al norte de la ciudad.
La Molineta es un mundo perdido y una oportunidad desperdiciada. No existe otro parque con mayores posibilidades que aquellos cerros surcados por acequias, donde todavía huele a tomillo y donde se han hecho fuertes los okupas que han convertido las cuevas en espacios habitables. La Molineta es también un mundo de contrastes. En su interior encierra el corazón de otra época, mientras que en sus aledaños ya se siente el avance del progreso que está construyendo en una de sus laderas un grupo de viviendas que será el primero de nuevas urbanizaciones que iran convirtiendo en ciudad aquel espacio lleno de naturaleza.
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