Un manotazo duro, un golpe helado /un hachazo invisible y homicida / un empujón brutal te ha derribado. / No hay extensión más grande que mi herida, / lloro mi desventura y sus conjuntos / y siento más tu muerte que mi vida. /Ando sobre rastrojos de difuntos,/ y sin calor de nadie y sin consuelo / voy de mi corazón a mis asuntos.
Estos versos de ‘La Elegía a Ramón Sijé’ escritos por el poeta Miguel Hernández en 1936 resonaron, emocionados, en la voz del Niño de las Cuevas, en el último tributo a otro poeta, Miguel Naveros, fallecido el miércoles a mediodía tras batallar durante los últimos dos años contra el cáncer. Fue en el homenaje laico, austero pero cargado de sentimiento que le rindió ayer su familia y al que asistieron cientos de personas que quisieron despedirse, por última vez, de este maestro de periodistas y guía inspirador para muchos colegas escritores.
Lo heterogéneo de quienes acudieron al adiós de este intelectual brillante da idea de lo diversas que fueron en vida sus amistades y afectos. Muchos profesores universitarios, entre ellos el antiguo rector Pedro Molina y otros como José Antonio Guerrero, Agustín Molina, Javier de las Nieves, Diego Cervantes, Antonio Fernández, coordinador del actual equipo de gobierno de la Universidad o Magdalena Cantero, presidenta del Consejo Social de la UAL; numerosos representantes del periodismo como Elio Sancho, Fran Luque, Jose Fernández, Covadonga Porrúa, Ángel Itúrbide, Chacho Torres, José Antonio Fuentes, Noelia Mengíbar, Diego Martínez, Guillermo Fuertes, Pablo Martínez Salanova o la articulista Mar Verdejo, además de todo el equipo directivo, técnico y de redactores de La Voz de Almería y Cadena SER, o de la intelectualidad de la provincia, como el galerista Fernando Barrionuevo, el actor Jesús Herrera, los fotógrafos Carlos Pérez Siquier o Antonio Jesús García o el actual director del Instituto de Estudios Almerienses, Francisco Alonso (Naveros dirigió esta institución entre los años 2007 a 2011), se acercaron a expresar sus condolencias.
Pérdida
Algunos, devastados por la pérdida del ‘camarada’ Naveros prefirieron no entrar a la abarrotada sala donde aguardaba, desconsolada, su familia y también sus más íntimos amigos. Junto a Belén Ausejo, su compañera, esposa y gran amor, su madre, Emilia Pardo, con la tristeza infinita de despedir al hijo que acababa de marcharse, su hija Isabel y su nieta, Momo. Y a su lado, mucha gente querida por él y a quienes él amó, con su corazón generoso, como si fueran parte de su familia. Por ejemplo, María Córdoba, hija de Pepe Córdoba, que leyó, con un nudo de lágrimas apretándole la garganta, un texto en el que rememoró recuerdos de la infancia de ambos, unidos para siempre por los lazos que tejieron sus padres.
El escritor Juan Herrezuelo, desolado por la pérdida de su maestro y amigo -Naveros le ayudó a que publicara su primera novela-, quiso despedirse de él con un poema que éste le dedicó a su querida hija Isabel, su niña del alma, titulado ‘Futura memoria’: Puede ser que una noche le diga a algún amante, hablándole de mí / “Un día que nunca supe apareció de pronto; /me dio todo el cariño y me entregó una tierra.
El periodista José Luis Martínez, íntimo amigo de Miguel Naveros, rememoraba, al término del homenaje, algunas anécdotas vividas a lo largo de treinta años de camaradería. “Cada día, durante todo este tiempo, nos hemos tomado un café cada mañana cuando los dos estábamos en Almería”, relataba. Muchos cafés, seguramente más de 9.000, compartiendo confidencias, ideas, proyectos y recuerdos.
A Naveros le gustaba beberlo así, negrísimo, casi sólido. Ayer, esa imagen suya se hizo muy presente. Era como verle de nuevo, plantado en el lugar en el que siempre se sintió más cómodo: en mitad de una redacción a la hora del cierre.
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