La Semana Santa de hace cincuenta años empezaba a sentir los primeros latidos de la recesión que se presentaría con toda su crudeza a comienzos de la década de los setenta. Los momentos de euforia vividos años atrás se habían estancado y las hermandades estaban inmersas en un proceso de supervivencia.
La Semana Santa del año 1967 cayó a mediados de marzo, cuando el invierno seguía presente y se hacía de noche a las siete de la tarde. En las semanas previas, uno de los actos más llamativos que se celebraron fue el de los ejercicios espirituales de la hermandad de las Angustias, destinados exclusivamente a cofrades y militares, en atención a los soldados y mandos de los CIR 6 y 17 del Campamento de Viator, hermanos mayores honorarios de la cofradía.
En 1967 el Domingo de Ramos era todavía un día especial. La mañana en la que las familias estrenaban la ropa de primavera; la mañana en la que cientos de niños acompañaban la imagen de la Borriquita en su salida de la iglesia de San Sebastián. Unos días antes, apareció en la prensa un anuncio de la cofradía haciendo un llamamiento a los padres interesados en que sus hijos salieran en la procesión, para que se pasaran por la parroquia a recoger la túnica y a encargar la palma. También se convocaba a los que quisieran salir vestidos de romanos y tuvieran indumentaria propia. Al mismo tiempo, los responsables de la cofradía rogaban a los ciudadanos que no aparcaran sus coches en el trayecto para hacer más vistoso el desfile, una labor en la que entonces no se implicaba el Ayuntamiento, que vivía ajeno a la celebración.
Aquel año de 1967 el pregón se celebró el Lunes Santo en la Biblioteca Villaespesa, y corrió a cargo de don Sergio Fernández González, capellán castrense y profesor de Literatura. Fue el preámbulo a los días grandes que comenzaron el miércoles con la salida, a las nueve de la noche desde la Catedral, de la cofradía de Estudiantes. Fue la única hermandad que salió a escena ese día, ya que ni Prendimiento ni Encuentro realizaron ese año sus tradicionales desfiles, como tampoco lo habían hecho en 1966.
La Semana Santa de aquellos años ya no tenía la rigurosidad que había exhibido en la posguerra, cuando desde el Gobierno Civil se anunciaban dos días de silencio cuando llegaba el Jueves Santo. Las normas se habían relajado, aunque esos dos días seguían siendo los más grandes de la semana. El Jueves Santo de 1967 salieron a la calle tres hermandades: Angustias, Amor y Silencio, destacando esta última por sus cinco pasos; uno de ellos, el que representaba a Jesús atado a la columna, partía desde la Escuela de Formación y se unía al cortejo en el puente de la Estación.
Aquel año faltó a la cita el Cristo de la Pobreza, que salía de la iglesia de las Claras de madrugada para subir al Cerro de San Cristóbal. Sus responsables, los miembros de la archicofradía de la Hora Santa, aludieron motivos técnicos y le echaron la culpa a una avería en la carroza para justificar la ausencia.
El Viernes Santo empezaba con el Cristo del Escucha y continuaba por la tarde con el Santo Entierro, que entonces era una de las procesiones más populares. Era el desfile oficial para las autoridades y también para la gente, que acudía en masa a presenciar la salida. Una escena que se repetía todos los viernes la semana de pasión era la de cientos de familias humildes que bajaban desde el Cerro de San Cristóbal y el arrabal del Quemadero para ver salir el cortejo desde la Plaza de San Pedro. Llegaban en tropel, luciendo sus mejores vestimentas, las que sólo sacaban del armario en los días señalados.
La Semana Santa de hace medio siglo se cerraba con la procesión de la Soledad, que salía a las diez y media de la noche de Santiago, y con la Soledad de la Santísima Virgen, que el Sábado Santo, durante la espera de la resurrección, partía de la iglesia de los Franciscanos para recorrer las calles del barrio de la Plaza de Toros.
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