¿Quién es Beatrice Beckett?
Una persona bastante normal y con muchas ideas.
¿De dónde os vino a ti y a tu marido este idilio con España?
Somos daneses y llegamos como jóvenes artistas, becados por la Academia de Dinamarca para un año. Entre 1955 y 1956 viajamos en tren por toda España con un ticket, que se llamaba el ‘kilométrico’. Podíamos recorrer tres mil kilómetros.
¿Qué sentiste cuando llegasteis a Almería?
Fue mucho después. Nos enamoramos de España, pero volvimos a Dinamarca y viajamos por Italia, Grecia y Anatolia. Dijimos que no había ningún país como España, así que volvimos y la recorrimos durante dos años en una furgoneta Volkswagen. Era una vida fantástica. La Guardia Civil nos permitía acampar en cualquier lugar. Luego fueron más estrictos. Al fin llegamos a la costa de Almería, que nos encantó. Vivimos al principio en Carboneras. Mojácar no nos gustaba en ese momento. También tuvimos un cortijo en Vera sin agua ni luz.
Y poco después os tropezáis con esta casa.
Mi vida está llena de casualidades. Habíamos ido al supermercado y un hombre, en el aparcamiento, estaba golpeando las ruedas de su coche con el pie. Era americano. Nos hicimos amigos. Nosotros queríamos comprar un terreno y nos habló de este cortijo, que estaba en ruinas. ¡Era lo que queríamos!
El contraste con Dinamarca era muy grande...
Pablo no disfrutaba dibujando allí porque todo es plano y verde. Buscábamos un sitio lo más seco posible. Esto era un desierto. Hoy está todo cultivado, porque se hicieron pozos. Pero en aquella época había pintadas como protesta en las ruinas, que ponían “Agua o muerte”. Almería estaba completamente olvidada, no había carreteras, escuelas, no había nada.
Tu marido murió hace más de veinte años. ¿Cómo era?
Dominaba el español, pero no hacía por conocer gente. Sin embargo, cuando había una reunión en una mesa con dieciséis personas él era el animador, era muy divertido. Y un gran pintor. En vida no quiso publicar nada y yo reuní su obra en varios libros. Pero fumaba mucho y le diagnosticaron cáncer de pulmón. Estábamos en Dinamarca. Le preguntó al médico cuánto le quedaba de vida. Tres días, le dijo. Así que yo le dije que nos sacáramos unos billetes de avión para venir a Mojácar, pues él era muy feliz aquí. Fueron diez días maravillosos, un regalo. Antes de morir escribió lo que quería poner en su lápida: “You may weep, that he is dead. Remember him and laugh instead” (Puedes llorar porque está muerto. En su lugar, recuérdalo y ríe).
Cambiando de asunto, se te ve muy bien.¿Qué te mantiene tan ilusionada?
(Se encoge de hombros y sonríe). Ver que todo esto funciona es una alegría. La gente que viene a la fundación, donde le ofrecemos un espacio y tiempo, está contenta. No vienen de vacaciones, sino a trabajar. Lo hacen en cuanto llegan. Tienen un intercambio cultural entre todos. El ambiente es muy bueno.
El hall de la casa está presidido por dos grandes carteles taurinos. ¿Los toros son cultura?
Desde luego. Igual que el flamenco. Son una parte fundamental de España. Me gustan los movimientos del torero y del toro en la plaza, es como un ballet. Cuando vivía Pablo hablábamos con los toreros después de la corrida y firmaban los dibujos que mi marido les hacía en la plaza (muestra autógrafos de Paco Camino, Espartaco, Emilio Muñoz...).
¿Eres optimista?
(Sonríe, como en gran parte de la entrevista). Sí, hay que serlo. Pasan tantas cosas feísimas en el mundo... Si no somos optimistas mejor nos morimos. Soy absolutamente feliz. No tengo tiempo para estar triste.
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