El Centro Altamira, la primera galería comercial que vieron los almerienses en su ciudad, languidece cada día que pasa; pierde brillo esta superficie de tiendas y despachos profesionales año tras año, olvidados ya los tiempos de epopeya, en los que su estreno pareció que metiera de golpe a Almería en la era de la modernidad, con escaleras mecánicas y hombres trajeados que entraban y salían con prisa de despachos como verdaderos ejecutivos.
Han pasado 46 años desde que abriera este conglomerado de establecimientos en el chaflán de Gregorio Marañón con lo que entonces se llamaba Paseo de Ronda y cada vez se ven más tiendas cerradas por jubilación o con carteles de ‘se alquila’ ‘se traspasa’ o ‘se vende’.
El edificio, concebido en dos fases por el arquitecto Antonio Ortiz e inaugurado en 1972, cuenta con patios centrales cada vez más desangelados, sobre todo el primero, donde negocios como Foto Ortiz, una óptica, Joyería Romero o Peluquería Newstyle han ido cerrando. El último en bajar la persiana ha sido el establecimiento de artículos de piel de Paco Ruiz.
Propietarios y clientes se quejan al unísono de que las luces se averían y no re reponen, la jardinería no se cuida, la solería pide a gritos un recambio, pero nadie hace nada, mientras, al menos, la chiquillería campa a sus anchas gracias a que el Chiquipark hace unos años tomó el relevo en el mismo espacio del viejo Cine Emperador que allí montara el empresario Miguel Lozano.
El Centro Altamira es hoy como un galeón varado en el centro de la ciudad, a dos pasos de la sede central de Cajamar, del Museo Arqueológico, del Hotel Embajador, como una vieja dama venida a menos, como una cosa antigua que flota -enmedio del rumor de coches y carros de la compra del Mercadona- porque tiene que flotar. Uno de los propietarios más veteranos, el profesor de la Academia Caes, Ignacio Flores, explica que son los vecinos los que tienen que tomar la decisión de invertir en mejorar esta galería, “si no se gasta un poco de dinero en mejoras, no puede relanzarse este espacio, a pesar de que se construyó con muy buenos materiales”. Flores recuerda que “había un neón luminoso impresionante de 40 metros que se decidió quitar para ahorrar, ahora muchos quieren especular con los locales creyendo que por estar en el centro se los van a quitar de las manos”.
En la galería hay una garita para el conserje y, según algunos comerciantes, hace lo que puede.
Además de la infinidad de oficinas y locales, buena parte de ellos cerrados por jubilación o por defunción, como el oftalmólogo Sánchez Waisen, las dos fases del Centro Altamira cuentan con más de 120 buenas viviendas en altura de más de 100 metros la mayoría, que suman más de 500 residentes que, no han visto descender la cotización de sus inmuebles en la misma medida que los locales comerciales.
Allí sobreviven aún en el naufragio, la Ortopedia Castro o la farmacia de Luis Bermejo, pero en el recuerdo fueron quedando otros establecimientos como la discoteca Athenas, el supermercado CADA, la cafetería, del mismo nombre, el negocio de televisiones Costasol o sedes de organismos como la UGT, Indalajer, los peritos industriales, el Poli Almería de Pepe Guijarro, la sede de los cursillos de cristiandad o hasta un echador de cartas.
Los sucesivos centros comerciales que vinieron después han ido canibalizando al Centro Altamira, el decano, que necesita urgentemente un flotador para no naufragar aún más.
En su partida de nacimiento, el promotor del Centro Altamira ponía que se llamaba Juan y en la de bautismo, se llamaba Andrés. En los documentos oficiales firmaba como Juan, pero para sus amigos de barra de bar era Andrés. Andrés o Juan, lo cierto es que se apellidaba Soler Martínez, y era hijo del panadero de la calle La Palma. Cuando se cansó de repartir hogazas con la bicicleta emigró a Venezuela con tan bueno tino que a la vuelta de los años -Juan o Andrés, lo mismo da- vino con ahorros suficientes para comprar ese predio que entonces eran huertas de patatas y rábanos junto al chalé del exportador Antonio Ferry, y que él transformo en el primer centro comercial moderno de la ciudad, enfrente de la vieja fábrica de cuentakilómetros para Seat de José Artés de Arcos.
Montó el supermercado CADA (Comercial Almeriense de Alimentación) que fue un éxito rotundo y al poco se lo vendió al dueño del bar La Flor de La Mancha, quien a su vez se lo vendió al grupo Contur, del periodista José María Armero, que terminó cerrándolo.
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