El milagro del Sábado de Gloria

La Semana Santa de 1936 se culminó con una película que revolucionó la ciudad

La ciudad acababa  de salir de la Semana Santa, que en 1936 estuvo marcada por la ausencia de procesiones.
La ciudad acababa de salir de la Semana Santa, que en 1936 estuvo marcada por la ausencia de procesiones. La Voz
Eduardo D. Vicente
21:59 • 02 jul. 2018

La Semana Santa de 1936 siguió congregando a miles de fieles en los templos y en la mayoría de las casas las familias siguieron respetando los silencios del Viernes Santo. Las iglesias se llenaron, pero en las calles no hubo ningún acto que recordara la pasión de Jesucristo. La tensión política, los disturbios, el miedo, habían obligado a las autoridades locales a prohibir las  procesiones y a recomendar que cualquier exaltación religiosa se limitara al interior de los templos. Esta decisión adoptada por el Gobierno civil no contó con el consenso del Obispado de Almería,  donde eran mayoría las voces de los que querían recordar la pasión en todo su esplendor y sin límites. Finalmente, la posibilidad real de que ocurriera algún suceso grave redujo los actos a la intimidad de los altares.




El Jueves Santo todos los comercios del centro y las oficinas bancarias cerraron por la tarde como era costumbre  y los Santos Oficios se pudieron desarrollar sin incidentes. Corrió el rumor a lo largo de la mañana de que varios grupos de obreros, reunidos en piquetas, iban a exigir a las tiendas y a los bares principales que no cerraran, pero no llegaron a producirse amenazas reales.




Mientras los fieles lloraban la muerte de Cristo la ciudad se vestía de luto por el fallecimiento del ilustre poeta almeriense Francisco Villaespesa. “Con su muerte ha desaparecido de la vida literaria hispánica uno de sus autores más populares que por su entusiasmo desorbitado, su exaltación subjetiva y su vida bohemia era el ejemplo vivo del neorromanticismo del fin de siglo”, contaba la prensa en el obituario.




El Viernes Santo fue un día de recogimiento, la antítesis de lo que ocurriría al día siguiente, cuando los silencios de la Semana Santa dieron paso al bullicio colectivo que generó la llegada a Almería, el once de abril de 1936, de la que fue considerada en aquel momento la película española del año,  ‘Morena Clara’.




Almería acababa de salir de las iglesias, de ese paréntesis de dos días cuando los cines cerraban para respetar la religiosidad del Jueves y el Viernes Santo, y tenía ganas de volver a la diversión. “Finalizadas la solemnidades de Semana Santa, anoche reabrieron sus puertas el Teatro Cervantes y el Salón Hesperia”, decía la prensa aquel día. El cine era en aquellos tiempos el gran entretenimiento de los almerienses los fines de semana. Para cada estreno se llenaban las salas y no era raro que algún domingo se formaran colas delante de las taquillas.




El Sábado de Gloria aparecieron en la fachada del cine Hesperia, en  la calle General Segura, los carteles que anunciaba el gran estreno de ‘Morena Clara’, con las dos grandes estrellas del momento: Imperio Argentina y Miguel Ligero. En los principales cafés del Paseo, donde las empresas de las salas de cine solían promocionar las nuevas películas, se repartieron programas y prospectos con toda la información sobre  aquel estreno de lujo.




Fue tanta la expectación que la empresa tuvo que sacar un anuncio en los periódicos, el domingo doce de abril, anunciando que: “No pudiendo atender el número de encargos de localidades para las funciones de hoy domingo, esta empresa se ve en la necesidad de anular todos los encargos recibidos, poniendo a la venta el billetaje a la hora de costumbre”. Para poder  conseguir una entrada para las funciones de tarde y noche se formaron largas colas que doblaban las esquinas del Paseo, por un lado, y de la Rambla, por otro.




El empresario de la sala se vio obligado a reforzar durante aquellos días el servicio de porteros y de serenos y mantener una vigilancia permanente en el patio de butacas y en el gallinero para evitar que muchos espectadores se quedaran a ver dos películas seguidas con el consiguiente perjuicio que causaban al propietario del cine.


En aquellos meses previos al estallido de la Guerra Civil el Salón Hesperia era el gran cine de la ciudad junto al Cervantes. No tenía la solemnidad del gran teatro, pero era la sala del gran público, del pueblo.


El Hesperia formó parte de la vida de varias generaciones de almerienses y fue, sobre todo, el cine más popular en los años de la posguerra. Ningún cine tenía ese olor a zotal tan impregnado en las sillas de madera y en las viejas cortinas del recibidor como tenía el Hesperia;  ninguna sala tenía un gallinero tan recogido ni tan preparado para que las parejas se besaran a oscuras ni para que los niños, desobedeciendo las órdenes, comieran pipas y cacahuetes eludiendo la vigilancia de los acomodadores. No conocimos jamás un cine con aquel suelo de madera que tanto delataba al que se levantaba en medio de la función para ir al servicio.


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