Lo más importante, a la hora de emprender la aventura de colarse era tener testigos, hacerlo a la vista de todos para que tus amigos fueran fieles notarios de la gesta. Lo mejor de colarse era contarlo después y esa aureola de tipo listo, de pillo, de pícaro, de golfo callejero, de indomable, que te acompañaba para siempre.
Aquí nos gustaba mucho la técnica de entrar gratis a lo que fuera e incluso fuimos acuñando una terminología para nombrar aquella experiencia. Además de colarse, cuando alguien no pagaba en un sitio, se decía que había entrado “de gañote”, que iba “de gorra”, que se había metido “por toda la cara”, “de válvula” y con la expresión “de aquí te espero”, que iba acompañada de un gesto con la mano tocándose el cuello.
A los niños de mi barrio, allá por los primeros años setenta, nos ilusionaba la posibilidad de entrar sin pagar al cine y al circo. Como entrar gratis a alguno de los cines que regentaba el empresario Juan Asensio era bastante complicado, recurríamos a aquellos concursos de la radio que llamabas y entrabas en el sorteo de dos entradas. Al circo lo teníamos más fácil. Un grupo entretenía a los vigilantes por un costado y el otro grupo iniciaba el asalto, levantando la lona y metiéndose por debajo, en el lado opuesto. La verdad es que el espectáculo nos importaba muy poco y la mayoría de las veces nos salíamos de la función a los diez minutos para intentar volver a colarnos. El caso opuesto se vivía en la escuela donde nadie iba a colarse, todo lo contrario, allí lo que sucedía es que los niños jugaban a fugarse. Un caso muy particular se daba en el colegio Diego Ventaja de la calle de la Reina, donde los más traviesos se escapaban del aula a través de los balcones.
En Almería hubo auténticos especialistas en colarse a los toros, valientes que se subían por la puerta principal y escalaban la fachada poniendo en riesgo sus vidas. También hubo expertos en el arte de entrar sin pagar al fútbol. Hay aficionados que no saben lo que es pasar por taquilla ni sacarse uncarnet de socio. Hay hinchas que han escrito su historia a fuerza de colarse partido tras partido en los campos de fútbol. Hay gorrones oficiales y gorrones de estraperlo. Los oficiales son aquellos que se han labrado su carrera con carnet, amparados por cualquier federación u organismo, sin tener nada que ver con ellos. Ha habido también gorrones con nombre, apellidos y cargos, que han tenido la virtud de entrar gratis al estadio cuando han querido.
Los gorrones de estraperlo fueron siempre los más perseguidos porque tenían que ejecutar el difícil acto de colarse a plena luz del día y bajo la amenaza de porteros o guardias de ocasión, que los clubes contrataban para evitarlos. En los tiempos del Estadio de La Falange, eran muchos los que se colaban por las torretas de la luz y escalando por los árboles que estaban pegados a las tapias. En la zona de preferencia, que estaba junto al antiguo Colegio Menor, solían utilizar un enorme tablón de madera que apoyaban en uno de los hierros de la torreta y en la misma tapia del estadio, para tender un puente por el que accedían al graderío en esos momentos en los que la grada ya estaba casi llena y tenían menos dificultades para saltar al cemento y esconderse entre los aficionados. La directiva del Almería contrató a un vigilante especial, el popular ‘Marina’, que se hizo dueño de la tapia de preferencia, imponiendo su ley con un garrote de metro y medio de largo y veinte centímetros de ancho.
Con la llegada del Franco Navarro no se consiguió eliminar el problema. En teoría, el nuevo campo parecía más seguro y era más difícil poder colarse debido a la altura de las tapias, pero no faltó el ingenio para idear fórmulas eficaces para poder ver el fútbol sin pagar.
El principal foco de acceso furtivo estuvo en el graderío de fondo norte. Primero fue a través de las torretas; la directiva, para erradicarlos, decidió rodear las torres de la luz de unas casetas para que quedaran dentro del recinto y los gorrones no pudieran iniciar la escalada desde la calle. El invento no dio resultado porque los expertos en entrar gratis hicieron un agujero en el cemento para tener acceso a la torreta y de ahí, al campo de fútbol.
Una de las anécdotas que se recuerdan, y que solían contar los porteros de entonces, fue la de un aficionado que en la temporada 78- 79, en el partido frente al Betis, cuando el Almería se estaba jugando el ascenso, se hizo pasar por el árbitro vizcaíno Benavente Garasa, aprovechando cierto parecido fí sico. Cuando los porteros se dieron cuenta del engaño, el individuo ya se había perdido por los sótanos del campo. Otra forma de entrar ‘de gorra’ al estadio era hacerse pasar por un miembro de la Cruz Roja. En 1977 la policía detuvo a uno de estos falsos enfermeros que se había fabrido su propio personaje y acudía cada quince días al ‘Franco Navarro’ con su equipo completo de la Cruz Roja.
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