“No está bien que usted me desee suerte, no al menos a una monja, felicidad y salud sí, y que Dios se lo pague”, así se despedía por teléfono del periodista Sor María Jose, la nueva novicia de las Clarisas de Almería que recibió los hábitos el pasado sábado en la Iglesia del Monasterio.
Es la primera monja que toma los ropajes en más de una década -concretamente doce años- por la crisis de vocaciones que sufren los conventos en general y los de clausura, como el suyo, en particular.
María José Fernández, de 42 años, vecina de Almería, de la parroquia de San Sebastián, comenzaba así su noviciado en la Orden de Santa Clara, tras un año de postulantado. Con el templo repleto de fieles, muchos de su originaria parroquia donde siempre fue una gran colaboradora de la Semana Santa, María José se convirtió en novicia en medio de una gran expectación.
Presidió la Eucaristía el Capellán del Monasterio, Francisco Escámez Mañas, con quien concelebraron el Confesor del Convento, Juan Romero, y otros seis sacerdotes. Tras la Misa, Sor María José vistió el hábito que fue bendecido por Antonio García, párroco de Fiñana.
En el Convento, que da a la calle Jovellanos, Mariana y Marín, conviven nueve hermanas en recogimiento, con la Hermana Superiora, Blanca Rosa, que suma ya 55 años entre los muros. María José explica que sus días comienzan poco antes de las 8 de la mañana, cuando acude con el resto de hermanas al Coro alto a rezar durante una hora.
Después comienza sus clases de formación con Sor Esperanza Gázquez, que actúa de maestra de novicias y, tras ello, María José se incorpora a labores de encuadernación.
La comunidad de clausura se traslada al refectorio para el almuerzo alrededor de la una y media y después las hermanas tienen un tiempo para descansar.
Por la tarde vuelven a rezar, esta vez en el Coro bajo, y asisten a Misa y rezan el rosario a las siete de la tarde. Después tienen un rato de recreo y otro nuevo tiempo de oración, antes de retirarse cada una de ellas a su celda. Para convertirse en Monja, María José tendrá ahora cinco años para hacer los votos simples y los perpetuos.
Vida en el convento: rosario, pucheros y guillotina
En este cambalache de tiempo, que no hay por donde cogerlo; en esta época de poses en Instagram y de alérgicos al gluten y a la lactosa; en estos días lunáticos de cambio climático, de VAR, de Donald, de Quim; en esta fase de la historia en la que parece que todo pasa demasiado deprisa, una almeriense de la parroquia de San Sebastián decide apearse de este mundo como de un autobús, para hacer todo lo contrario: para parar, para hablar con su Dios, para ayudar en la intendencia del convento, para encuadernar libros antiguos que ya pocos leen.
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