Dijimos que el 7 de Julio de 1515, Teresa Enríquez, viuda de Gutiérre de Cárdenas, hizo venir a Almería desde Torrijos a cinco monjas para fundar un monasterio de clausura. Su primera abadesa fue sor María de San Juan de quien se dice que hacía callar a los pájaros para que las monjitas pudiesen entonar sus rezos.
Allanar las seis huertas extensas que les legó don Gutierre era labor que sobrepasaba a la monjas. Pero el devastador terremoto de 1522 les facilitó el trabajo y empezaron a construir el monasterio y dejaron descansar en paz el ánima del benefactor que, se decía, vagaba en pena por esas tierras.
Según la disponibilidad económica de la congregación, las obras avanzaban a mayor o menor velocidad durante los siglos XVI y XVII y se finalizó con el claustro y el artesonado de la iglesia que aún se conserva parcialmente.
Nunca he entrado en el monasterio. Por ello me remito a la explicación que de él da el padre Tapia. Tiene dos claustros que se abren al el convento por un arco de sillares y dovelas de cantería. Una puerta da a un zaguán rectangular en cuyas paredes hay pinturas religiosas. Una escalera de madera conduce a la planta alta, con un bello artesonado.
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