Efrén Cuesta: “Yo descubrí la Geoda de Pulpí”

Relato del hallazgo de la mayor superficie de cristales de yeso en Europa a finales de 1999

Efren Cuesta, el descubridor de la Geoda de Pulpí.
Efren Cuesta, el descubridor de la Geoda de Pulpí. La Voz
Simón Ruiz
07:00 • 11 ago. 2019

Era domingo, como hoy. El 5 de diciembre de 1999, el asturiano Efrén Cuesta Infiesta se adentró en la mina ‘Quien tal pensara’, en la barriada del Pilar de Jaravía, en la localidad almeriense de Pulpí, en busca de minerales. Le acompañaba su padre, José Manuel Cuesta, su hermano Adrián; el fundador del Grupo Mineralogista de Madrid e ingeniero de Minas, Gonzalo García; Fernando Palero, uno de los maestros de la geología en España; y Ángel Romero, mineralogista almeriense y conocedor de la zona.




En pleno Puente de la Constitución o de la Inmaculada, la expedición aprovechó esos días festivos para conocer aún más en profundidad los secretos que escondía esa antigua mina de hierro, plomo y plata. No era la primera vez que José Manuel Cuesta y sus dos hijos conocían las entrañas de la Sierra del Aguilón. Lo que jamás pudieron imaginar esos amantes de la mineralogía y la geología, a su vez investigadores de la Revista Bocamina, es que ese 5 de diciembre de 1999 iban a descubrir la geoda más grande de Europa, con inmensos cristales de yeso.

El hallazgo



Fue Efrén Cuesta el que la encontró. El hallazgo, un hito científico de primer orden, fue fruto de la casualidad y ha sido recordado esta semana por Cuesta a La Voz de Almería, en un relato que se reproduce por teléfono a 992 kilómetros de distancia.




Entre las galerías, este asturiano que apenas entonces contaba con 20 años de edad, decidió desviar su camino y descender hacia un pozo. “Había una escalera de madera a la otra parte de la mina. La desplacé, la até con unas correas y bajé. Descubrí una pared blanca, grande, cubierta de cristal de yeso, absolutamente tapada”.

Buena pinta



El joven comunicó el descubrimiento a su padre. “No sabía lo que se escondía detrás de esa pared, pero sí me acuerdo que le dije que aquello tenía buena pinta. Al día siguiente, 6 de diciembre, mi padre empezó a retirar las placas de yeso cristalino que aparentemente tapaban una geoda que estaba en la pared y fue cuando se abrió un hueco que dejaba ver la cavidad primera (…) Cojones, mira lo que hay aquí”. Avisó a Fernando Palero primero y a Gonzalo García después. A ellos se sumó también Ángel Romero. Lo mejor aún estaba por llegar. La geoda gigante seguía escondida.




A las puertas de la mina, Efrén tuvo que ‘quedarse de guardia’ porque tenía que acompañar a su hermano Adrián, herido el día anterior al caer una piedra sobre una escalera. La progenitora, María Elena Infiesta, tampoco descendió a la mina.

En secreto



Acabado el puente, la familia Cuesta Infiesta regresa a Asturias. “Los que formábamos parte del grupo que fue a la mina de Pulpí habíamos quedado en no decir nada del descubrimiento, pero uno se fue un poco de la lengua, y en este mundo de los minerales, en cuanto se sabe algo, empieza a correr como la pólvora”.




En efecto, en las Navidades de 1999 “estábamos en Portugal, visitando también una mina, y por casualidades de la vida, nos encontramos con un mineralogista de Sevilla, Juan Peña. Nos preguntó que qué íbamos a hacer con la geoda … Nos quedamos sorprendidos”. Alguien no guardó el secreto mejor guardado de la mina ‘Quien tal pensara’.


El hallazgo de cristales de yeso, datados con al menos un millón de años de antigüedad, abrió entonces un nuevo capítulo de esta historia, que “comparo con la película de Superman y la cueva de los cristales”. Ese capítulo empezó a escribirse en la Nochevieja de 1999, entre las carreteras que conectaban el país luso con Almería.

Nochevieja

“Me acuerdo perfectamente porque a las doce en punto, ya era el año 2000, se nos reventó una rueda en el Land Rover en la autopista. Sé exactamente la fecha en la que entramos en la segunda cavidad, el 1 de enero de 2000, en la geoda de unos 9 metros de longitud y 2 metros de alto, por ese dato concreto”.


De ese descubrimiento, “tras abrir paso de una geoda a otra”, hay al menos 20 fotografías que lo atestiguan y a las que ha tenido acceso este periódico. Aparecen en ellas, con mono azul, José Manuel Cuesta y sus hijos Efrén y Adrián. “El que sale a pecho descubierto soy yo, Efrén. Era cuando yo tenía pelo”.


“Lo que yo le conté hasta ahora es lo que yo sé y lo que realmente pasó. Ha habido gente que aparece en vídeos de Youtube diciendo que fueron ellos los descubridores. Mentira. Mentira. Yo no gano nada con esto. Soy una persona que pasé bastante de ese debate… Yo sé lo que descubrí y tengo las fotos de ese 1 de enero del año 2000”.


En el estreno del milenio, la provincia de Almería sumaba otro hito al legado que dejó un muy reciente pasado minero en zonas como esta del Levante. Pocos meses pasaron desde el descubrimiento de Efrén, su hermano y su padre para que el secreto cada vez fuera menos secreto.

Falsas acusaciones

En la primavera de 2000, “ya se metió allí el CSIC y la Universidad de Almería”, ‘alertados’ por mineralogistas almerienses. Efrén Cuesta no da nombre alguno, pero sí recuerda que allá por el mes de junio “nos discriminaron un poco, nos tacharon de expoliadores y de muchas cosas más. No somos nada de eso. Nosotros tenemos una afición, que son los minerales, ir a las minas a buscar minerales, no a robarlos. De la geoda nada más que nos llevamos las fotos que mostramos y la experiencia de ser las primeras personas que entramos dentro. En Pulpí estábamos rescatando minerales de una mina abandonada”.


La Administración tocó a las puertas de la también conocida por los pulpileños como Mina Rica y decidió precintar sus accesos. Para entonces, los Cuesta ya guardaban para siempre en sus retinas las imágenes de varias zonas en la mina “con cristales de yeso bastante grandes, rotos, masivos, … aunque no de la dimensión de la Geoda Gigante”.


“Tuve una sensación bastante sorprendente porque, llevando toda la vida en el mundo de los minerales, te encuentras con una geoda en la que realmente te puedes meter dentro. Fue un poco chocante. Aquello era increíble”. A Efrén Cuesta también le sorprendió la existencia en esa cavidad, con forma de balón de rugby, “de cristales realmente transparentes”. “Todo estaba inmaculado. Cuando yo entré, la geoda era virgen”.


En el año 2013, Efrén regresó a la mina. “Aquello no era ni la sombra de lo que yo vi en un principio. Estaba todo lleno de polvo negro y de polvo blanco. Había cristales machacados porque alguien había pisado encima de ellos y faltaban los cristales más destacables”.


La amenaza del daño por la entrada de personas que no conocen ni respetan ni saben manejarse en el mundo de los minerales era latente.


“Hubo gente que intentó cortar cristales de forma infructuosa. Los cristales de yeso no se parten con facilidad, no se pueden romper de un golpe,… hicieron allí un sacrilegio”. El experto del CSIC Javier García-Guinea, y el geólogo almeriense y profesor de la UAL José María Calaforra, entre otros, alertaron del peligro que acechaba si la mina seguía con sus puertas abiertas de par en par. Fue precintado su acceso.

Ya se puede visitar

Y desde entonces hasta esta semana, en la que la Geoda Gigante de Pulpí ya puede recibir visitas de grupos reducidos, tras un largo proceso de desescombro, de ‘rehabilitación’ y musealización de la vieja mina a cargo de la empresa extremeña Tecminsa, y de mejora de los accesos con fondos del Ayuntamiento de Pulpí y de la Diputación Provincial.


El pasado lunes, llegaron los primeros turistas. A 992 kilómetros de distancia, a diez horas del Pilar de Jaravía si se viaja por carretera, Efrén Cuesta estaba entre los fogones del restaurante del camping familiar de Playa de Vega en Ribadesella (Asturias). Le llegaban noticias a través del Grupo Mineralogista de Madrid de todo cuanto acontecía en torno a la Geoda de Pulpí. Era el día en que este pueblo almeriense coló su nombre en el Telediario de TVE de las tres de la tarde. “Yo no veo la tele. No tengo tiempo. Trabajo durante todo el día”. Su nombre apenas ha salido en los medios de comunicación durante estos 20 años. “Yo descubrí la geoda”.


Efrén Cuesta o cuando la mineralogía corre por las venas

Efrén Cuesta es un defensor a ultranza del mundo de la mineralogía. Tanto como su padre, José Manuel; su hermano, Adrián; Fernando Palero, uno de los investigadores de la Geoda de Pulpí; o el ingeniero Gonzalo García.


Con pasión, en la conversación mantenida esta semana con La Voz de Almería, destaca que “gracias a coleccionistas de minerales pueden verse hoy en día en museos de todo el mundo ejemplares de una espectacular belleza y valor científico que, de otro modo, hubiesen ido a la machacadora de mineral”.


No recuerda Cuesta si conserva el mono azul que vestía cuando se adentró por vez primera en la Geoda de Pulpí, pero sí guarda como oro en paño un cupón de la ONCE, de enero de este año 2019, dedicado a este monumento natural.


Efrén Cuesta solo quiere que se reconozca públicamente que él y otros apasionados de la mineralogía fueron los primeros que se adentraron en una inmensa cueva de cristales de yeso. Ese reconocimiento sería “el premio a toda una vida dedicada a los minerales”, “un premio no solo para mí, sino también para mi padre, que fue la persona que nos metió en este mundo”.


“Mi padre – añade – lleva coleccionando minerales desde hace alrededor de 40 años. A nosotros nos tacharon falsamente de neomineros cuando descubrimos la geoda. Yo personalmente considero a mi padre como un profesional de los minerales en el sentido de que no coge muestras o piedritas. Mi padre, que también ha visitado la geoda más grande, la que está en México, vive para los minerales”.


Ya planea una nueva visita a la Geoda de Pulpí dentro de unos meses. Su padre y Adrián no la ven desde enero del año 2000. Su madre solo conoce la cavidad por fotografías  y vídeos.


“Me llama bastante la atención que todo esté enfocado a la geoda”, opina Efrén Cuesta, porque “también todo lo que la rodea es increíble”. “En esa mina yo encontré mecha de explosivos que aún funcionaba. Y en el exterior se conservaban el casillete, la sala de máquinas, las chimeneas,… todo eso tenía que estar conservado”.




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