En el atardecer de aquel 10 de mayo de 1981 lloviznaba sobre el desierto cuando llegamos a la puerta del cementerio.
-No pueden pasar, está cerrado.
-Hace unas semanas falleció un familiar y venimos a rezar.
El guardia civil nos miró con una mezcla de escepticismo y benevolencia y permitió que entráramos. Nos adentramos sin rumbo por las calles flanqueadas por nichos y después de dar varias vueltas oímos la voz en la lejanía de Vicente Marco. Era la primera vez que entrábamos en el cementerio de la capital, pero la voz del coordinador del Carrusel Deportivo de la SER formaba ya parte de nuestra biografía radiofónica desde hacía años. Rodeados de silencio y olor a gladiolos seguimos la pista cada vez más cercana del sonido y alcanzamos a distinguir un coche, creo que un Seat 1.500, aparcado junto a un edificio distinto a los bloques de sepulturas en el que deambulamos perdidos desde la entrada. Las nubes se acercaron a la capital y la lluvia comenzó a arreciar y el conductor, al vernos llegar, cerró la ventanilla y abrió la puerta.
-Pasar dentro del coche si queréis, que os vais a poner chorreando.
Entramos y mientras la radio continuaba emitiendo anuncios de anís Castellana y noticias deportivas intemporales (la liga había acabado el 26 de abril con un Almería 3- Zaragoza 1; una victoria que al Almería le supo a derrota porque ya había descendido como último clasificado), nuestro desconocido anfitrión fue contando que en aquel edificio se estaban haciendo desde hacía horas las autopsias a los tres jóvenes etarras a los que miembros de la Guardia Civil habían abatido al intentar huir cuando eran trasladados a Madrid tras ser detenidos la tarde anterior en la urbanización de Roquetas. El era el conductor de los agentes judiciales que habían asistido al levantamiento de los cadáveres y, sin ninguna intención premeditada, se mostró sorprendido de que en el viaje de vuelta desde la carretera de Gérgal donde fueron acribillados los tres jóvenes, uno de los agentes había comentado que “aquello no lo veía claro, que había cosas que no entendía”.
Cuando terminó de llover salimos del coche pero en medio de aquella humedad silenciosa ya había prendido la semilla de la duda y acabábamos, sin saberlo, de comenzar a recorrer el camino que acabaría por destrozar la versión oficial de lo que aquella madrugada había sucedido en la carretera de Gérgal y que ha pasado a la historia de la infamia, la crueldad y la cobardía- ninguno de los once guardias civiles que participaron en esa caravana de la muerte ha tenido hasta ahora la valentía de contar lo que sucedió, escondiéndose en la mezquindad del silencio y traicionando, con su complicidad, la verdad, la memoria de los asesinados y el honor del cuerpo al que pertenecen- como “El caso Almería”.
Lo que no sabíamos ni Antonio Torres ni yo en aquel camino de regreso a la redacción de Ideal (nuestro centro de operaciones donde nos acogía el maestro Miguel Angel Blanco pese a no trabajar en su redacción) es que aquel atardecer lluvioso iba a ser nuestra entrada en el bosque interminable de una forma de entender el periodismo objetivada en la vocación de contar lo que el poder no quiere que cuentes.
Aquella noche Antonio Torres entró en los informativos de la Cadena Rato desde los estudios de la plaza de San Sebastián aportando más datos de los que contenía la manipulada nota oficial del Gobierno. Yo tuve que esperar 36 horas (el periódico no salía entonces los lunes) para comenzar a contradecir esa falsa verdad oficial desde las páginas de El País.
Pero si aquel fue un bautismo de fuego y furia, el virus del periodismo ya lo llevaba Chacho Torre desde antes de nacer. Hijo del cartero de Los Gallardos seguro que fue el gen paterno de llevar las noticias a sus vecinos (qué otra cosa si no contiene una carta: noticias y emociones) el que llevaba escrito en el alma antes de ver la luz amable de su pueblo.
Y desde entonces, desde aquel lejano 1953, Antonio Torres no ha hecho otra cosa que continuar aquella vocación paterna de dar noticias desde la óptica de la cotidianidad. Eso es lo que hace de él un periodista peculiar. Su trayectoria profesional en Radio Almería, Antena 3, Canal Sur, Almería Semanal, Ideal, La Crónica, la Voz de Almería, Diario 16 o El País o sus libros sobre el mundo de la comunicación o los comunicadores, vaya biografía profesional, ha estado salpicada por hechos importantes, pero también, y ahí está su singularidad, por una forma de entender el periodismo en la que tan importante es ´Lo Que Pasa´ como ´Lo que nos Pasa´. Ese ha sido su acierto: ver detrás de un pequeño detalle una gran noticia, elevar lo cotidiano, lo personal, lo que emociona, a argumento informativo. Nada humano le será nunca ajeno.
Ahora se ha jubilado. Lo ha hecho en medio del reconocimiento profesional y personal de todos. Comienza una nueva etapa que, como las anteriores, será fructífera; distinta, pero nunca distante de su vocación primera y única: el periodismo. Con su adiós a la dirección de Canal Sur después de casi 25 años que lo han convertido en el Decano de los directores de radio y televisión en España no se cierra un libro, se acaba un capítulo y se abre otro. Aquel niño que bajo el cielo azul y el sol de la infancia ayudaba a su padre a llevar las noticias a sus vecinos continuará haciéndolo. No tiene otro remedio porque es, solo, un periodista que toda su vida solo ha hecho periodismo. Nada más, pero, también, nada menos. Un abrazo hermano.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/12/almeria/180399/antonio-torres-el-periodista-que-ya-lo-era-antes-de-nacer
Temas relacionados
-
Gérgal
-
Los Gallardos
-
Televisión
-
Libros
-
Vecinos
-
Lluvias
-
Cadena SER
-
Radio
-
Medios de comunicación
-
Periodismo
-
Caso Almería
-
Carta del Director