Ángeles de la guarda para los habitantes del paraíso almeriense

Los trabajadores sociales de Torrecárdenas prestan ayuda a decenas de británicos cada año

La Unidad de Trabajo Social de Torrecárdenas junto a un representante de la embajada británica con la placa de agradecimiento.
La Unidad de Trabajo Social de Torrecárdenas junto a un representante de la embajada británica con la placa de agradecimiento.
Miguel Cabrera
07:00 • 01 mar. 2020

A pesar de que conocía su grave enfermedad, cuando una trabajadora del Hospital Torrecárdenas preguntó a Peter (nombre ficticio) dónde vivía, él respondió, en inglés y con una amplia sonrisa: “Vivo en el paraíso”. Este octogenario británico, alto y delgado, de modales exquisitos, muy culto y entusiasta lector -siempre acude al hospital cargado de libros- tomó la decisión, después de enviudar, de pasar la última etapa de su vida en soledad y en un viejo  cortijo perdido en el Almanzora almeriense que compró por internet.




“Pero él tiene su porche al sol, que era lo que más le importa”, dice Fuensanta Segura, una de las componentes de la Unidad de Trabajo Social de Torrecárdenas,  que  acaba de recibir el agradecimiento del Consulado Británico en Málaga, por la “colaboración y buen hacer” del equipo con los ciudadanos de su país en Almería.




Porque se trata de un trabajo que, aunque poco conocido, es fundamental para muchas personas, especialmente británicos que, como Peter, viven solos, sin  familia y en muchos casos también sin amigos, en lugares aislados porque así lo han querido. Y además, debido a la especial forma de ser británica -no hablan ni una palabra de español aunque lleven años en este país- tampoco suelen tener relaciones con sus vecinos españoles.



Apoyo ‘familiar’ De ahí a que las siete trabajadoras sociales que forman el equipo de Almería, lideradas por Francisca Compán, suplan en muchos casos la labor que en España suelen hacer las familias y lleguen también a crear lazos de amistad con sus ‘pacientes’. Ellas gestionaron la atención médica que necesitaba Peter y dispusieron que una ambulancia fuera a recogerlo a su cortijo de forma regular para ser atendido en el hospital.




Más de un centenar de británicos, y otros extranjeros, reciben cada año una atención similar por parte de esta unidad, que también es la encargada de contactar con las familias de los enfermos en Gran Bretaña, si la tienen y si quieren, puesto que no es infrecuente que no lo deseen. “Los británicos en Almería tienen en general poco apoyo de sus hijos, es una mentalidad diferente a la española; de hecho ni siquiera es normal que los cónyuges queden con los enfermos en el hospital cuando son ingresados”, apunta Fuensanta Segura. Es por ello que su trabajo consista también en cubrir ese hueco.




Estos pacientes tienen muchas necesidades, que van desde los trámites para solicitar una silla de ruedas, por ejemplo, a la aplicación de oxígeno, a la tramitación de repatriaciones a sus países, e incluso de los cuerpos o los entierros en caso de muerte.



Para todo ello, la unidad cuenta también con un  traductor simultáneo de 50 idiomas a través de Salud Responde y mediante un manos libres. Y en la práctica totalidad de los casos resulta fundamental la colaboración de las embajadas y consulados, que en el caso del británico de Málaga es “excepcional”, según los responsables hospitalarios almerienses.



A residencias inglesas En algunos casos, cuando  los extranjeros ancianos y enfermos  no pueden manejarse por sí mismos al quedar en situación de dependencia,  los trabajadores sociales les ayudan a buscar residencias privadas con recursos específicos para ingleses, puesto que, como se ha mencionado antes, tampoco están interesados en centros  españoles porque la mayoría no suele aprender inglés ni les interesa hacerlo.


No es el caso de Peter, quien -cual personaje del Clint Eastwood que en algunos de sus últimos  trabajos 'clava’ al viejo testarudo y solitario tan típico del carácter anglosajón, en su caso americano- sigue disfrutando de lecturas que quizás le transportan a otros mundos, recostado al sol en una butaca del porche de un cortijo perdido en su paraíso.


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