No por lejana, esta historia que aquí se cuenta, deja de ser menos maldita; no por ser decimonónica, algo que suena como a noche de los tiempos, el individuo protagonista –almeriense de Vera- sufrió menos: “¿acaso si me pincháis no sangro, no es mi sangre igual que la vuestra?”, se preguntaba el judío del Mercader de Venecia en una obra escrita hace más de 400 años.
Si se analiza la biografía, casi desconocida en su provincia, de este político y jurista almeriense, uno cae en la cuenta de que pocos como él sufrieron tal grado de persecución ideológica- cuatro destierros, dos veces encarcelado y desposeído de bienes- por su credo liberal.
Ejemplos de persecución y revanchismo los ha habido en la provincia a lo largo de su historia; en el XIX entre tradicionalistas y afrancesados, moderados y liberales, carlistas e isabelinos y después con las derechas y las izquierdas del siglo XX con la II República y la Dictadura, por citar algunos ejemplos en las personas de Pradal o Tuñón de Lara, de Juan de Madariaga o de Banquieri.
Pero nada comparable a la sensación que uno va teniendo cuando va conociendo capítulos biográficos de Rubio -en publicaciones como ‘Los diputados pintados por los hechos’, de 1869, o en sus intervenciones reflejadas en las actas como senador del reino- de que es casi imposible ver cómo se puede machacar tantas veces a un hombre y que éste vuelva una vez tras otra a levantarse. Por sus batallas políticas perdió hijos, mujer y hacienda, pero consiguió vivir hasta los 81 años tras un tobogán de intrigas y turbulencias, de odios y afectos.
Lorenzo Rubio Caparrós nació en Vera en 1811 y en la parroquia de la Encarnación lo bautizaron sus padres José Rubio Gallardo y Josefa Caparrós García, esmerados artesanos de tejidos que disfrutaban de una cómoda situación económica puesto que también poseían fincas productivas de cereal. Su abuelo paterno Joseph Rubio había llegado a Vera mediado el siglo XVIII como Administrador de la Real Renta Estancada de Sal. Gestionaba, por tanto, el alfolí de La Garrucha, que era entonces una aldea veratense, donde se recibían por barco los sacos de sal procedentes de las salinas de Roquetas para el despacho de 40 pueblos de la comarca. Este abuelo de Lorenzo fue uno de los socios fundadores de la Sociedad Patriótica de Vera, una de las primeras asociaciones de Amigos del País que se crearon en España.
Lorenzo fue creciendo en un pueblo como Vera que tenía entonces unos 4.000 habitantes, gente industriosa a pesar de la penuria de la falta de agua y de caminos, en un pueblo con mercado principal donde se compraba y vendía ganado, telas y cordelería. Había también dos fábricas de jabón y de salitres, almazara de aceite y rica alfarería. Uno de los amigos y vecinos de Lorenzo, desde sus primeros pasos, fue el célebre Ramón Orozco Gerez, que había nacido cinco años antes en esa Vera que iniciaba un nuevo siglo. Y también coincidió con José de Salamanca y Mayol (Marqués de Salamanca), de su misma edad, quien se convirtiera en una de las más grandes fortunas españolas, que había llegado a Vera como primer juez de Instrucción y como Alcalde Mayor. Con ellos confraternizaba en ideales, en sueños y en anhelar modificar un país dividido entre los que querían que todo cambiara y los que querían que todo siguiera igual.
Las luchas políticas de aquellos años remotos crearon graves problemas a su familia, al inclinarse por el sistema constitucional de 1820, acabando arruinados por las persecuciones posteriores. El declive económico familiar hizo que Lorenzo de muy niño trabajase en el comercio local del lorquino Ramón Yanes, que alternaba estudiando gramática y filosofía en un colegio religioso. Sus ideas juveniles no comulgaban con la de los frailes y aunque adquirió el grado de clérigo tonsurado, no continuó la carrera eclesiástica.
Unos años más tarde, su amigo Ramón Orozco, hijo de labradores hacendados como él, organizó la Milicia Nacional en Vera como capitán, una suerte de ejército armado ciudadano vinculado al liberalismo. En 1835, Lorenzo se alistó con su amigo y con el futuro marqués de Salamanca, con motivo de la sublevación contra el presidente del Consejo de Ministros, el conde de Toreno. Y también combatieron juntos los tres en la sierra de Granada en emboscadas contra las tropas carlistas.
Tras estos arrebatos juveniles, marchó Lorenzo a estudiar filosofía y Leyes a la Universidad de Letras de Granada. Allí obtuvo con sobresaliente el grado de bachiller y de licenciado y cuando optó por oposición al de doctor, es apartado por el rector, José Garzón, por sus ideas de revolucionario y anarquista en esa misma ciudad que había ejecutado unos años antes a Mariana Pineda. Fue procesado criminalmente acusado de desórdenes públicos y sufrió cuatro años de cárcel y dos años de destierro –el primero de ellos- a veinte leguas en el contorno por lo que tuvo que volver a Vera.
Cuando el pronunciamiento de Espartero en 1840, Lorenzo pudo al fin conseguir por oposición el grado de doctor y contrajo matrimonio con la granadina Matilde Quesada Ugarte, con la que se trasladó a Ubeda tras obtener la plaza de secretario municipal y establecerse como abogado. Allí se afilió a la Milicia y contribuyó a la mejora de uniformes y de armamento y a la creación de una banda de música. Y allí le nacieron ocho hijos a los que fue viendo crecer y morir –a excepción de Augusto, como a su primera mujer, fallecida de fiebres y sufrimiento cuando él se encontraba encarcelado. Al tiempo se volvió a casar con la jiennense Isabel Hidalgo Madrid, también viuda, con la que tuvo un hijo, que, éste sí, le sobrevivió.
Lorenzo Rubio sufrió cuatro destierros y dos encarcelamientos siempre bajo gobiernos conservadores, que aprovechaba para volver a su pueblo almeriense.
El último de ellos, en 1848, ocurrió cuando se hallaba paseando y fue detenido. Se le envió a la cárcel de Granada y a la de Almería y permaneció desterrado en Laujar y fue también encarcelado en el Castillo de Santa Catalina, en Cádiz, también todo fruto de esas intrigas políticas de moderados contra progresistas.
En notas y borradores de cartas que aún se conservan en el registro del Congreso, el almeriense pidió auxilio y caridad a su amigo Práxedes Mateo Sagasta, a su correligionario Pedro Antonio de Alarcón y hasta a la misma Reina Isabel II por medio de su secretario personal a quien habla que “sus padecimientos han conducido a mi esposa al sepulcro”.
Tras la Revolución de 1854, la Vicalvarada, capitaneada por el liberal O’Donnell, que restablece la Constitución de 1845, Lorenzo Rubio es elegido diputado a Cortes por Jaén y es nombrado comandante primero de la Milicia Nacional de Ubeda. Puso a esta institución militar al servicio de los enfermos en la epidemia de cólera morbo de 1855, perdiendo él mismo a su hija Matilde que socorría a los moribundos como enfermera. Por ello se le fue dada la Cruz de Beneficencia y fue nombrado comendador de número de la Real Orden de Isabel la católica por Decreto de 27 de noviembre de 1855.
Tras volver a penar con los gobiernos moderados, años después, con la Gloriosa de 1868, fue elegido diputado y después senador del reino por Jaén por sufragio universal. Apoyó directamente a su provincia adoptiva, Jaén, y a su provincia natal, Almería, al presentar una enmienda en Cortes en la que solicitaba que el proyecto de línea férrea Linares-Almería tuviese rango de ley, aunque el ferrocarril no llegó a Almería hasta casi treinta años más tarde.
Lorenzo Rubio Caparrós, aquel veratense infatigable, indomable como un junco, falleció en el pueblo jienense de Sabiote, en la casa de su segunda esposa, un día de otoño de 1891, con 81 años bien vividos. Allí falleció Lorenzo, con lo justo para vivir, este almeriense de la diáspora, que no quiso hacerse rico si para eso tenía que traicionar su alma como Fausto.
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