Hubo un tiempo en que a la Rambla de Belén se le llamaba también Rambla de los Arquitos, por la importancia que tenía para la población el pilar de agua y las huertas que se extendían por una amplia manzana cerca de la actual calle de Murcia.
Antes de su encauzamiento, las ramblas formaban parte de la ciudad como una parte más de un barrio, compartiendo los espacios de la población sin más frontera que cuatro piedras, conviviendo con sus gentes, lamiendo sus casas a pesar de constituir una mortal amenaza en caso de grandes inundaciones.
La Rambla de Belén, que junto a la de Alfareros era la más temida por el peligro que suponía para la ciudad, venía a desembocar en un paraje conocido como el Pilar de los Arquitos. Allí llegaban también las aguas furiosas que bajaban de la Rambla de Amatisteros, inundando cuanto se interponía en su paso.
El paraje de los Arquitos debió ser un lugar mágico, a juzgar por algunas crónicas que nos han llegado, un espacio natural con vocación de oasis, con un espléndido paseo de árboles que unían sus ramas para regalar sombras en los veranos. Tenía un aljibe que siempre estaba lleno y una fuente de agua que abastecía a los vecinos del Barrio Alto, Barrio de San José y las manzanas de la calle Granada y de la calle Murcia que estaban pegadas a la rambla.
El Pilar de los Arquitos ocupaba los terrenos próximos a lo que después, tras las obras de encauzamiento, fue el badén de la calle Murcia, que durante tanto tiempo hizo de frontera natural entre el centro de Almería y los barrios periféricos de Levante.
El historiador y archivero de la ciudad, Bernardo Martín del Rey, contaba que en el corazón del Barrio Alto existía otro pilar al que llamaban de Despeñaperros, que sólo daba agua en la época de lluvias, estando la mayor parte del año sin más fruto que un escuálido chorrillo que apenas daba para poder mojarse los labios. Sin embargo, en el Pilar de los Arquitos nunca faltaba el fluido y su fértil cauce constituía un tesoro, no sólo para los vecinos de los barrios próximos, sino también para los caminantes y para los arrieros que a diario paraban allí a refrescarse. Todo el que llegaba a Almería por la Carretera de Granada y la Carretera de Níjar, se detenía un rato en el pilar para aliviarse del calor bajo los árboles, quitarse la sed y darle de beber a las bestias en un estanque que servía de abrevadero.
Era también un punto de encuentro paras las muchachas que se arremolinaban a la orilla del cauce a llenar los cántaros y a compartir historias. Muchas llegaban allí desde las huertas próximas que ocupaban toda la manzana sur hasta la zona de Santa Rita. En la primavera de 1880, los vecinos del Barrio Alto y del arrabal de la zona norte de la Carretera de Granada, conocido como las casas del Inglés, presentaron sus quejas ante el Ayuntamiento de Almería por la sequía alarmante que desde meses venía sufriendo el Pilar de los Arquitos, donde no entraba una gota de agua desde hace un año. “Hace el mismo tiempo que las gentes del lugar andan de acá para allá sin encontrar cerca de sus viviendas este preciado líquido”, decían en su escrito los vecinos afectados.
La falta de agua en el pilar no se debía a un período de escasez de lluvias, algo habitual en nuestra tierra, sino a que el cauce que transportaba el preciado líquido se había roto en uno de los tramos al norte de la rambla de Belén. Por abandono, por la dejadez secular de los responsables municipales, el río de agua que bajaba hasta el Pilar de los Arquitos se quedaba en el camino, causando un grave perjuicio a los vecinos del Barrio Alto y de la Calle de Granada, que tenían que ir a llenar los cántaros al pilar que existía cerca de la puerta de los Perdones de la iglesia de San Sebastián.
El Pilar de los Arquitos adquirió un protagonismo especial en la gran riada del once de septiembre de 1891. Allí llegaron, desbordadas, las aguas de las ramblas de Belén, Amatisteros e Iniesta, que juntaron su furia en aquel lugar, formando un gran caudal que llegó a superar los dos metros de altura antes de continuar su rumbo, a través de un estrecho cauce, por la rambla abajo hacia el mar.
Cuando en 1893 el responsable de las obras de encauzamiento de las ramblas, el ingeniero Javier Sanz proyectaba el orden de los trabajos, insistió en la importancia de que la primera obra que debía de acometerse era la del encauzamiento de la parte comprendida entre el Pilar de los Arquitos y el mar. “Supongamos que se hallen terminadas las desviaciones de las ramblas de Alfareros, Amatisteros e Iniesta, pero que el cauce del Pilar de los Arquitos al mar esté aún sin abrir, y en este estado de cosas se produce una tempestad como la del once de septiembre. Horroriza pensar lo que pasaría entonces; pues si la rambla de Belén sola hizo tantos estragos ¿qué no destruirían las cuatro reunidas en el Pilar de los Arquitos?, escribía en su proyecto el ingeniero responsable de las obras.
El encauzamiento de las ramblas y la urbanización de ese trazado de la ciudad, terminaron con la historia del Pilar de los Arquitos y su mundo de agua y huertas.
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