David Spilsbury y yo nos fuimos a encontrar en la mar. Él iba a pasar la noche en una cala mojaquera, yo zarpaba camino de la estela lunar si bien, al verle, di media vuelta. Nos sentamos en la playa, aún no había caído la tarde del todo. David llevaba días sin hablar con nadie, así que la charla, la suya, fluía sin apenas comas o puntos o puntos y comas, para tomar aire. Esto fue antes de lo de ahora.
Me contaba David que partió de Gibraltar con rumbo al puerto de Alicante; pretendía efectuar una travesía en soledad surcando la mar palada a palada en un kayak de cinco metros y treinta centímetros. Su objetivo: recaudar fondos que destinaría al Trinity Hospital, que se halla en la localidad costera de Blackpool al noroeste de Inglaterra. Me relataba David que su madre estuvo ingresada en la unidad de paliativos, que en una de sus visitas le invitaron a pasear por la Casa de Brian, un ala del hospital, un hospicio lo llaman allí. Hay lugares en este mundo a los que van los niños que se van a morir, el único remedio que tienen a su vida. La teoría del impacto se materializó en el alma de David. Mientras recordaba las imágenes de los niños, lloraba. Las lágrimas son contagiosas, vaya por Dios, afortunadamente de patología benigna, aligeran la tristeza. David arribó al puerto de Alicante tras dieciocho jornadas de ocho horas cada una dale que te pego a la pala. Logró su propósito solidario, humanitario.
Las paradojas de la vida son como son, David Spilsbury es buceador técnico, trabaja en la construcción de plataformas marinas de todo el mundo y vive confinado veintiocho días seguidos en las profundidades marinas, en una cámara hiperbárica mientras dura el montaje de la plataforma. Pisa tierra dos semanas, y de nuevo al encierro en las profundidades de la mar.
Un par de meses atrás, más o menos, la astronauta estadounidense Christina Koch ha regresado a La Tierra después de una misión de trescientos veintiocho días en la Estación Espacial Internacional que la ha convertido en la mujer que ha realizado el vuelo espacial más largo. “Koch ha completado 5.248 órbitas a la tierra y ha recorrido 224 millones de kilómetros, que equivale aproximadamente a 291 viajes de ida y vuelta a la Luna", según la NASA.
Viene lo anterior a cuento porque en el día de hoy cumplo sesenta días de confinamiento amarrado al palo mayor de mi casa, tal como a Ulises lo ataron al mástil de su barco, para no sucumbir a cantos de sirenas de propios y extraños. Ignoro cuánto tiempo más aguantaré, pero en mi favor juega que yo he elegido voluntariamente esta clausura, en tanto que desgraciadamente hay enfermos de coronavirus que llevan ingresados más tiempo en las UCIs de los hospitales con su vida en peligro. Así que, mientras me lo toleren ustedes lectores, y el director de este periódico, continuaremos con la columna hasta que el cuerpo resista porque, yo, sin dudarlo, me quedo en casa.
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