En enero de 1982, cuatro meses después desde que las turbulentas aguas se precipitaran en forma de torrente sobre la desdichada población de Almería, ocasionando más de treinta víctimas, la ciudad seguía suplicando en busca de las ayudas que necesitaba para su recuperación. “La máquina oficial, funcionando con esa lentitud tan característica en España, no ha conseguido en cuatro meses producir nada práctico, nada útil, nada beneficioso”, escribía en un editorial el diario local ‘La Crónica Meridional’.
Los auxilios que llegaban de fuera eran de particulares y de la prensa asociada de Madrid que desde el día posterior a la gran inundación se puso a trabajar para recaudar fondos y levantar dos nuevos barrios, el de la Caridad en el cerro de las Cruces, y el de la Misericordia, en el paraje de los Molinos de Viento, con viviendas sociales para los más dannificados.
De todos los rincones de la geografía española llegaban gestos generosos de particulares que de la forma que podían contribuían a paliar los quebrantos que dejó la tormenta. Una comisión de señoritas de Alicante recaudó la cantidad de quinientas pesetas a favor de una huérfana de Almería que hubiera perdido a sus padres durante las inundaciones. La ciudad de Santa Cruz de Tenerife envió trescientas cincuenta pesetas de una suscripción popular que abrieron los periódicos de aquella localidad.
Fue también muy estimado en la ciudad el esfuerzo del empresario de Lorca don Rafael Fernández Rodríguez de Soria, que en diciembre de 1891 llegó a Almería para repartir el importe de la suscripción abierta en su pueblo para socorrer a los inundados que habían perdido sus pertenencias.
Mientras seguían llegando las pequeñas aportaciones de la generosidad popular, Almería y su provincia seguían suplicando a las autoridades del país para que tomaran grandes medidas, sobre todo las encaminadas al encauzamiento definitivo de las ramblas y evitar nuevas catástrofes. En enero de 1892, un grupo de periodistas de la prensa de Madrid visitaron algunos pueblos y la ciudad de Almería para comprobar la realidad de sus habitantes. Unos días después, aparecía publicado un artículo sobrecogedor en el periódico madrileño ‘El Resumen’, titulado ‘Almería abandonada’. Entre los comentarios del reportaje, destacaba que: “Aquella hermosa provincia parece destinada irremisiblemente por estos gobiernos españoles a perecer en el aislamiento más horrible y más anacrónico”.
Contaba el cronista la sensación de atraso que se llevaban los visitantes que pasaban por esta tierra: “El que quiera retroceder un siglo, lo menos, en el panorama de los servicios públicos, que venga a Almería. En sus calles principales verá instaladas las administraciones de diligencias que solamente en aquel desgraciado rincón de España han logrado sobrevivir”.
Impresionados por los infames caminos y por las formas de viajar que aún existían en Almería, el artículo comentaba que: “Recorriendo dentro de uno de esos innobles cajones con ruedas que llaman diligencias los caminos de aquella región, se puede ver todavía en todo su repugnante naturalismo las ventas y ventorros tradicionales en los que por necesidad apremiante de los doloridos miembros se apean al mudarse los tiros los ricos que ocupan la berlina y los pobres que van en la baca en amigable consorcio con baules y maletas. Hacer en Almería un viaje de seis o siete leguas supone resignarse a estar metido en uno de esas tartanas diez o doce horas por lo menos”.
Por último, el diario madrileño hacía un repaso por la pesadilla que para los habitantes de Almería seguían significando las ramblas: “En la capital de la provincia se vive de milagro. Las ramblas son una perpétua alarma porque la incuria, el abandono y la indiferencia de los gobiernos las tienen convertidas en cómplices obligadas para la obra de destrucción y de muerte de las inundaciones”.
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