La fábrica de mosaicos de la Carretera de Ronda

En Casa Marquez fabricaban aquellas losas artísticas de las casas antiguas de Almería

Edificio de la Carretera de Ronda donde en los años 50 se instaló la fábrica de mosaicos Casa Márquez.
Edificio de la Carretera de Ronda donde en los años 50 se instaló la fábrica de mosaicos Casa Márquez.
Eduardo de Vicente
18:30 • 23 jun. 2018

En la calle de José Ángel Valente, frente a la casa del poeta, sobrevive un soberbio edificio que conserva en su interior reliquias de antiguos esplendores: un jardín que en otro tiempo daba las mejores rosas y los jazmines más perfumados de la ciudad y unas habitaciones con techos altos y suelos artísticos compuestos de aquellas losas de mosaico que fueron parte de la identidad de las casas antiguas de Almería. Esta vivienda, propiedad de la familia Bas, todavía mantiene, casi intacta, esa cultura de la losa hidráulica que llena la casa de un aire artístico, de un viento de otro siglo. Los que fuimos niños hace más de cuarenta años todavía recordamos este tipo de losa que estaba presente en nuestros barrios. Tener un suelo de mosaico hidráulico le daba a una pincelada de nobleza que no tenían las casas de suelos de cemento o las que llegaron después cuando se puso de moda el pavimento a base de terrazo. Sobre aquellos mosaicos de  dibujos artísticos jugábamos los niños a las carreras de ciclistas y a las competiciones con las chapas cuando los niños tenían tiempo para jugar y libertad para tirarse al suelo, cuando las casas eran territorios habitables.



Teníamos una tradición de suelos de mosaico como también tuvimos nuestras industrias para fabricarlos. A finales del siglo XIX las viviendas de la burguesía almeriense adornaban sus suelos con las acreditadas losas de la fábrica del empresario Ramón Muley, en la calle de Granada. A comienzos del siglo veinte, en un intento de darle más realce al negocio, el señor Muley trasladó la empresa a la calle de Alfareros, muy cerca de la Puerta de Purchena. Fue la fábrica de mosaicos hidráulicos más importante de la ciudad en aquel tiempo, hasta  que en  los años veinte se puso de moda la firma ‘La Cartagenera’, en el número 62 de la calle de Granada.  ‘La Cartagenera’, propiedad de los hermanos Ros Díaz, empezó a dar sus primeros pasos en diciembre de 1918, cuando un grupo de industriales y maestros, que habían formado parte de la empresa de la Viuda de Alemán decidieron montar una  gran industria dedicada principalmente a la fabricación de mosaicos hidráulicos, piedra artificial y cemento armado.



‘La Cartagenera’ formó parte de la vida de varias generaciones de almerienses.



Después de la Guerra Civil seguía siendo la principal referencia dentro de su ramo, compitiendo con otra fábrica que en 1940 apareció en el mercado con el nombre de ‘Casa Marquez’. Al frente estaban dos socios: Antonio Marquez Navarro y José González Morales, que empezaron a funcionar en un local de la calle Ismael que hacía esquina con la calle de San Lorenzo. Allí se mantuvo durante los primeros años, hasta que a comienzos de los cincuenta se trasladó a un nuevo escenario, a un edificio recién construido en el corazón de la Carretera de Ronda. En la nueva casa, proyectada por el arquitecto Antonio Góngora Galera en 1947, se instaló la industria aprovechando los grandes  espacios que ofrecía el piso bajo, mientras que la parte de arriba fue habilitada como vivienda familiar para los dos socios del negocio.



Cuando el edificio se levantó, la Carretera de Ronda y su entorno era todavía un páramo pegado a la vega. La nueva casa destacaba como un castillo en medio de un paisaje despoblado, con su fachada historicista organizada en tres cuerpos, con un mirador corrido y arriba el artístico nombre de la empresa en mosaico.



La fábrica de la Casa Marquez, que en los buenos tiempos llegó a contar con una plantilla de diez operarios, estuvo funcionando como sociedad hasta los años sesenta, cuando los propietarios decidieron emprender caminos diferentes. Desde entonces, la industria pasó a manos de la familia González y estuvo dirigida por el padre, José González Morales, y por su hijo Gregorio. Ellos vivieron la última etapa de apogeo de la losa de mosaico y asistieron a ese cambio de época en la que el suelo de terrazo fue imponiéndose en  las viviendas de nueva construcción que inundaron todos los barrios.



En los años setenta, el viejo mosaico se fue quedando como un lujo de la incipiente burguesía para darle a sus casas ese aire antiguo que se había ido perdiendo en los pisos modernos, pero la demanda ya no alcanzaba para que la vieja fábrica siguiera siendo rentable.




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