Entre los muchos personajes no convencionales que ha dado Almería a lo largo de la historia, no cabe duda de que ocupa un lugar destacado el incalificable, por no encasillable, Sixto Espinosa Orozco (1897-1970), periodista, poeta y concejal republicano del Ayuntamiento, según recoge la cumplida nota biográfica de Valeriano Sánchez Ramos en la página web del Instituto de Estudios Almerienses. Sixto Espinosa, de agitada y polémica vida, en la primera mitad del siglo XX, dirigió varios periódicos en Almería y en Madrid, sembrando el escándalo donde ponía la pluma hasta el extremo de que su padre, juez de profesión, tuvo que mandar detenerlo cuando en uno de aquellos arrebatos informativos el joven director del diario El Faro arremetió contra el obispo monseñor Casanova Marzol.
En los años sesenta, y después de una vida viajera por Europa y América, Sixto recaló en Almería donde la única propiedad que le quedaba era el panteón familiar del cementerio. Algo corto de numerario, pero siempre imaginativo ante la adversidad económica, editó en Almería una original guía turística con textos salidos de su buena pluma y anuncios pagados por las empresas y los comercios de la ciudad. Andaba yo tratando de consolidar mi vocación periodística y tuve ocasión de conocerlo y tratarlo en el Café Español. Su vida aventurera y su prodigiosa imaginación hacían las delicias de los contertulios que pasábamos las horas muertas escuchando las hazañas, las idas y venidas de este paisano que decía haber recorrido medio mundo, seguramente a costa de su pareja sentimental, Soledad Acosta Drysdale, viuda rica, natural de Gádor y residente en Madrid donde acogió a nuestro Sixto en el lujoso hotel donde se hospedaba.
Los periodistas estamos acostumbrados a recurrir a las agencias informativas, como promotoras de noticias que son: United Press, Europa Press, Asociated Press, etc. Y algunos osados profesionales se nutren fundamentalmente de la inexistente Imaginated Press, cuyo único soporte es la fantasía de quien la utiliza, como era el caso de nuestro buen Sixto Espinosa. De portentosa imaginación y no menos habilidad narrativa mezclaba ciudades y lugares que había visitado con hechos acaecidos o no en tiempos presentes o remotos, enlazando situaciones históricas con supuestas vivencias personales. Era su forma de ser, su personalidad extrovertida, cual charlatán culto y leído que no patinaba en sus descripciones por muy fantasiosas que fueran.
Recuerdo con especial delectación la media mañana en el Café Español cuando nos contó cómo conoció a la célebre bailarina y espía Mata Hari.
Aseguraba Sixto haberla conocido en Madrid cuando él era estudiante en la Universidad Central y la famosa artista neerlandesa vino a España seguramente ocupada en sus trajines secretos. Acaso por la confidencialidad de su viaje no quiso concederle ninguna entrevista, aunque aseguraba haberla visitado varias tardes en su hotel. No obstante, Margaretha, que este era su nombre de pila, le prometió conversar con él en París para que pudiera publicarla en El Radical, periódico que nuestro paisano decía haber dirigido en Madrid. No tenía más de veinte años cuando, según relataba, concertó por fin la cita con Mata Hari en el lujoso Hotel Crillon de la capital francesa a finales del verano de 1917. Pero todo se vino abajo cuando aquella mañana de la entrevista se desayunó con la noticia de que Margaretha había sido detenida por la Policía gala acusada de espionaje a favor de la Alemania en guerra.
Sirviéndose de su nacionalidad neerlandesa durante la Primera Guerra Mundial y debido a la neutralidad de los Países Bajos, la popular Mata Hari –una de las mujeres más deseadas en el París de su tiempo- se paseaba con naturalidad y soltura por los las capitales de las naciones contendientes hasta que su ir y venir despertó la atención de los servicios de inteligencia galos.
El proceso judicial debió ser muy breve ante la contundencia de las pruebas contra la bailarina y finalmente fue condenada a muerte acusada de alta traición.
Se fijó para su ejecución un soleado día de mediados de octubre en el Castillo de Vincennes, a las afueras de París. Sixto Espinosa –seguía su relato- se situó estratégicamente en un lugar destacado por donde había de pasar Mata Hari cuando era traslada a la vista del público, en coche descubierto, desde la prisión de San Lázaro hasta las tapias de la fortaleza para su fusilamiento. Y era en ese trance donde la imaginación de Sixto se desbordaba para contar los momentos finales de la famosa espía. Así lo relataba:
“Pasó el coche a escasos metros de donde yo me encontraba y al saludarla con la mano, Margaretha agitando su pañuelo y mirándome por un instante fijamente, exclamó: Adiós, Sixto, adiós”.
Con cierto aire dramático y un tanto compungido, Espinosa Orozco daba por finalizada la historia de Mata Hari que tuvo el gesto de despedirse del periodista almeriense en pleno Bois de Vicennes minutos antes de recibir doce disparos de fusilería, cuatro de los cuales hicieron diana y uno certeramente en su corazón. Sixto, abonado como casi siempre a su agencia informativa Imaginated Press, apuraba la taza de café y repetía una y otra vez: ¡Adiós, Sixto, adiós!
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