Mi sitio en la mesa del comedor de nuestra casa familiar estaba justo enfrente del portentoso cuadro de uvas derramadas de un barril, un auténtico alarde de virtuosismo que constituía la máxima expresión artística de un pintor excepcional: José Gómez Abad, nacido en Pechina en 1904 y muerto en Almería poco antes de cumplir los 90 años. En tan larga secuencia vital Gómez Abad, autodidacta y maestro en el manejo de los pinceles, fue perfeccionando su estilo realista y muy personal hasta lograr el favor del numeroso público al que entusiasmó con su obra en toda España, principalmente en nuestra provincia, en Barcelona, Madrid, Granada, Zaragoza, Vitoria, Bilbao y un sinfín de galerías donde sus óleos cotizaban al alza en la crítica y entre los cientos de devotos de sus cuadros, según recoge con acierto la página web de la Real Academia de la Historia. Dicho sin rodeos, José Gómez Abad fue el gran pintor almeriense del siglo XX, sin por ello hacer de menos a otros notables artistas del Movimiento Indaliano y al también maestro del realismo José Moncada Calvache.
Como amigo de sus hijos José María y Jacinto, desde muy joven frecuenté su casa en la calle González Garvín (antes Talía), donde tuvo su estudio hasta mudarse a la de San Pedro frente a la iglesia de los jesuitas, y me quedaba absorto al ver cómo aquel hombre transformaba un frutero en una obra de arte con las sencillas pinceladas que no descuidaban el menor detalle y que iban dando a las uvas, por ser su mejor ejemplo, la textura, el matiz y hasta la pátina trasparente del polvillo del serrín con lo que parecían racimos recién sacados de uno de los barriles que Navarro Moner exportaba a medio mundo. Y algunos domingos, en los primeros años cincuenta, mi padre, muy aficionado a la pintura, invitaba al cortijo de Huércal a sus amigos artistas y
escritores, entre ellos Emilio Peral, Francisco Durbán, Ignacio Cubillas y cómo no José Gómez Abad, quien un día se fijó en unos celindos del jardín y al domingo siguiente se los trajo como regalo a mi madre recreados sobre el lienzo. Maravillosos; se diría que hasta perfumaban la salita donde estuvieron luego durante muchos años.
Gran observador de su entorno, hombre silencioso y prudente, trabajador incansable, Gómez Abad ha pasado a los anales del arte como el pintor de las uvas, pero sus bodegones en general sobre distintos motivos y el estallido de sus flores quedan igualmente registrados como bellísimas obras por su cromatismo y esmerada pulcritud artística. Recuerdo haber contemplado alguna de sus exposiciones en la antigua Biblioteca Villaespesa del Paseo que cumplía fielmente con el rigor del Arte Nuevo que José Ortega y Gasset plasmó en su célebre ensayo sobre la deshumanización del arte. En Gómez Abad la pintura era un instinto natural, una consumación de la creatividad innata que este hombre cabal reflejaba con su personalidad en cada cuadro, ya fueran las uvas a punto de embarcar para Inglaterra, los celindos prodigiosamente florecidos en el jarrón o incluso la humilde casa de La Chanca enjalbegada con los recursos de su paleta como un arco iris.
El nuevo museo del realismo español que se proyecta abrir en el rehabilitado edificio del antiguo hospital provincial debe dar cabida a la obra entrañablemente familiar para nuestra ciudad de José Gómez Abad, de suerte que su memoria y su arte perduren en el imaginario colectivo junto a otros consagrados pintores como Antonio López y Andrés García Ibáñez. La peculiar idiosincrasia de los almerienses para olvidar a sus grandes hijos tiene una ocasión de oro de ser enmendada cuando ese gran escaparate del arte figurativo sea inaugurado para gozo y disfrute del público local y del turismo.
Gádor Sánchez Baraza publicó en 2018 en el Instituto de Estudios Almerienses una monografía sobre Gómez Abad que estuvo acompañada de una exposición retrospectiva en la Diputación de Almería. La vida y obra del pintor de Pechina queda en ese volumen como testimonio para la posteridad y en sus páginas podemos traer a la memoria el trabajo de un artista al que podíamos ver ya anciano en la plaza del mercado buscando en los puestos racimos de uva, el gran y eterno motivo de su bien ganada fama como pintor y como almeriense. Y quienes tuvimos la suerte de conocerlo y tratarlo en su madurez artística lo recordamos también como un hombre afable y, como diría Antonio Machado, en el buen sentido de la palabra bueno.
No es casualidad que en estos inicios del año haya traído al Lugarico a José Gómez Abad y sus motivos frutales, porque si hay una fecha que tradicionalmente relacionamos con las uvas ésta es la de la Nochevieja. Y ningún pintor ha alcanzado la excelencia al plasmarlas en el lienzo como nuestro gran artista almeriense al que con este recuerdo rendimos homenaje.
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