La Chanca y su Transición interminable

Los años 70 fueron de caos urbanístico y de grandes problemas sociales

En 1974, imagen tomada por el fotógrafo Fausto Romero.
En 1974, imagen tomada por el fotógrafo Fausto Romero. La Voz
Eduardo de Vicente
20:30 • 11 jul. 2022

La Chanca era un barrio imprevisible, un barrio con mil caras, un barrio donde el contraste entre la belleza y la miseria componía una estampa salvaje que era imposible encontrar en ningún otro lugar de la ciudad. A comienzos de los años setenta, cuando en Almería empezamos a vivir la Transición, la Chanca seguía mostrando aquellas viejas formas de vida casi primitivas con su universo de cuevas irrespirables y su laberinto de cuestas de tierra y piedra que trepaban por sus cerros infinitos.



Aquella forma de vida estaba en decadencia y las fuerzas sociales del barrio batallaban por tener viviendas dignas para que los vecinos, cuando empezaban a progresar, no tomaran el camino del exilio y se marcharan en busca de pisos nuevos y de barrios con mayor porvenir. A la cabeza de esas fuerzas sociales que tomaron partido por la Chanca estaba entonces el Obispado, que en aquellos años llegó a convertirse en el principal motor de todas las mejoras que le llegaban a los vecinos.



En 1974 la Iglesia de Almería había transformado la antigua cueva de la Campsa, que estaba convertida en una escombrera, en una huerta experimental para que los jóvenes desocupados se dedicaran al cultivo de champiñones, una actividad que se integró dentro de los Cursos de Promoción Profesional Obrera (PPO), que se pusieron en marcha para paliar el problema del paro entre los sectores más deprimidos de la sociedad.



Faltaba el trabajo, faltaban expectativas y faltaba que la educación llegara a todas las edades para acabar con el absentismo escolar que predominaba en el barrio, sobre todo entre las familias gitanas. En 1974 la Chanca estaba considerado como el barrio más pobre y más atrasado de la capital. Contaba con más de tres mil quinientos vecinos, con un sector de la población que seguía habitando las cuevas sin servicios mínimos y con una escolaridad tan baja que en menores no superaba el treinta por ciento.



En el mes de septiembre llegó una buena noticia para los vecinos de la Chanca y Pescadería, la entrada en funcionamiento del Centro de Promoción del barrio, la popular Calamina, patrocinado por el Obispado. La Calamina fue mucho más que un centro educativo. Su apertura fue una revolución para los habitantes de La Chanca, que por primera vez podían disponer de un establecimiento educativo abierto a todas las edades y de unas instalaciones deportivas que no había tenido nunca la zona de Pescadería.



El centro jugó un papel fundamental en la educación de las familias más humildes. Allí se organizaban ciclos de sexualidad y planificación familiar para generaciones de jóvenes que no habían recibido ninguna información al respecto, y que lo habían aprendido todo en la calle. Les hablaban de las enfermedades venéreas y de la necesidad de utilizar métodos anticonceptivos para evitar las familias numerosas en matrimonios que no tenían recursos económicos para mantenerlas. Una de las primeras actividades que se pusieron en marcha fue un curso donde los jóvenes aprendían los primeros pasos para ser fontaneros, albañiles, soldadores, encofradores y empapeladores, un oficio que estaba de moda en aquellos años.



La popularidad de La Calamina le vino más que por las actividades culturales y educativas que allí se realizaban, por sus instalaciones deportivas. Los Marianistas habilitaron dos pistas, que más bien eran dos anchurones de tierra, que fueron utilizados como campos de fútbol.  La Calamina tenía ese aire tribal que caracteriza a los barrios populares donde se mezclaban niños de todos los estamentos sociales. 



La puesta en marcha de este gran centro educativo coincidió con la primera línea de autobús que piso el barrio. La empresa Saltua y el Ayuntamiento de Almería acercaron el transporte público a los arrabales de el Reducto y la Chanca, en un intento de que esas mejoras sociales que estaban llegando a los vecinos se potenciaran con su integración en el casco histórico y acabar con la situación de aislamiento a la que estaban condenados.


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