No, no tenía razón Kapuscinski. Ser periodista no es ser buena persona. Sería lo deseable desde la deontología, dicen los que saben, pero la experiencia demuestra que el periodismo está salpicado de egos, intereses cruzados y lucha ideológica. En pocas profesiones hay tanta ferocidad. Detrás de la competencia liberal se esconde el rostro vanidoso de no pocos contadores de historias, que eso, más o menos, es lo que somos.
No tenía razón Kapuscinski, aunque casi. Porque, si bien es verdad que no todo buen periodista es buena persona, es condición indispensable proceder con honestidad. Lo que no significa ser objetivo, pues el periodista no es un objeto y sí es un sujeto, de lo que se infiere que la subjetividad no es incompatible con la fidelidad a los hechos. Entre los géneros híbridos, la crónica, esa cosa casi desaparecida, es, de hecho, una mirada cromática del informador desde el lugar de la noticia y el reportaje no deja de ser un puzzle de actualidad y de contexto, rodeado del barniz de la profundidad. En ambos casos, igual que en los géneros de opinión, la honestidad pasa por impedir que una visión personal egoísta allane el camino a la mentira y la falsedad, pero lo que no se explica al futuro egresado -o no se entiende- es que la mayor aportación del periodismo a la sociedad nace de la libertad creativa y de pensamiento crítico del informador.
Se discute en los entornos académicos de hoy si la democratización del acceso a la información es el anticipo de un advenimiento del periodismo. Las redes e Internet han favorecido la presencia de nanomedios, auspiciados por ciudadanos libres, que tan pronto cuelgan la foto de un moribundo o de una puesta de sol como opinan alegremente, con actitud pontifical, sobre cualquier estado de cosas. A este ruido universal y en masa le llaman la sociedad en red, dice Manuel Castells, y ha permitido que cualquier informante u opinador se crea en el derecho de desterrar al viejo oficio fermentado en las entrañas del liberalismo.
El Colegio de Periodistas de Almería celebra el jueves su décimo aniversario. La presidenta, María José López Díaz, pone la rúbrica a una brillante trayectoria con un foro en el que se debate sobre las nuevas narrativas del periodismo. Desde la almeriense Sheila Hernández, instagramer de éxito (Es.decirdiario) con más de 600.000 seguidores -tercer diario más leído en Instagram de España-, hasta Esther Benavides, directora de UAL Radio y experta en educomunicación, pasando por Diego García, creador de la pionera revista almeriense Foco Sur, y Antonia Sánchez Villanueva, subdirectora de La Voz de Almería. Cuatro perfiles distintos nos ofrecerán un caleidoscopio realista acerca del devenir de esta hermosa profesión y las nuevas narrativas y lenguajes.
Cabe preguntarse, en este punto, si la proliferación de podcasters, youtubers o tuiteros ha reventado el ecosistema de los medios. Puede ser. Una mayoría silenciosa de demandantes de información, especialmente los jóvenes, leen y escuchan en yacimientos de este tipo. Pero no son los únicos. Los servicios de noticias filtradas de Google y los gabinetes de comunicación son fuentes informativas de las que se nutren los ciudadanos y los propios medios. Hablamos de información sin periodismo, de historias sin alma, sin el criterio y la visión de un profesional, que proponen una alternativa a la tradición. Propaganda versus información. He aquí la elección. Pero detrás solo hay un interés, hasta cierto límite legítimo: controlar la agenda, dirigir qué se lee y qué no se debe leer, en el intento disimulado de liderar la batalla por la posverdad (palabra del año por el Diccionario Oxford en 2016), que no deja de ser una verdad prefabricada, apunta Aparici, una fake news disfrazada de supuesta veracidad.
Esto es viejo, diría Goebbels, pero nunca como ahora hay tanta multiplicidad de información falsa. Quizás porque la información es líquida, cambiante, inestable, ha perdido el tratamiento sosegado, el poso del análisis y la perspectiva de la crítica. Y no, sin el fact-checking, sin la comprobación de datos, no será viable recuperar aquello que distingue al periodismo: la fiabilidad. El ciudadano debe saber que aquello que cuenta el periodista está en otro prisma. Puede errar, pero sus rutinas para verificar son creíbles.
Esto es pura ingeniería mediática. Tan invisible como los poderes que la han pertrechado: las monstruosas multinacionales de redes sociales y buscadores de noticias; muchas empresas periodísticas, en manos de ejecutivos del márketing, políticos y economistas; y no pocas instituciones públicas. Esta ingeniería social está diseñada para eliminar el contrafuerte del periodismo. Alejada del medieval y artesano oficio del informador de siempre, mueve los hilos desde la primacía del poder económico y un soñado orden ideológico cuyo principal resorte es la desinformación. Saben esos ingenieros sociales que hay crisis en las redacciones. Que, ante la falta del personal y de tiempo, la sobrecarga de trabajo, a veces no es posible contextualizar una información. Que en ocasiones ni siquiera se cambia el titular a una nota de prensa. Esta ingeniería social sueña con volver a las hojas informativas de la Venecia de los mercaderes: la propaganda como método. Odian al periodista y lo que él significa: persona con capacidad, autonomía y libertad para filtrar, editar, redactar y publicar las cosas que no suelen agradar a quienes tienen algo que ocultar o aquellas otras cosas que, por desconocidas, merecen la definición de interesantes.
Para impedir eso está nuestro Colegio de Periodistas de Andalucía, que ahora cumple diez años. Está ahí, con ganas de seguir creciendo, como semilla invasora de la ética informativa, garante de la libertad, protector ante las injerencias. El Colegio está para parar la infodemia, el peor de los virus. Está para gritar a los cuatro vientos que, en la sociedad de la información, es imprescindible una alfabetización mediática -bien estaría una asignatura impartida por periodistas en la ESO y el Bachillerato-. Está para exigir a las facultades una formación humanística más potente. Está para cartografiar el futuro del oficio: deslindar las funciones del comunity manager y del DirCom de aquellas propias del periodista. Unos son ejecutivos, otros hacen periodismo. Está el Colegio para todo eso, sí, porque el Colegio sabe, como Gabo, que el mejor oficio del mundo se tambalea.
Así que, si el periodista muere, morirá el periodismo clásico y liberal, aunque no muera la comunicación (innata al ser humano), y la vieja democracia basada en los derechos naturales, entre ellos el derecho a la información, quedará muy, muy dañada.
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