Zapadores de la Legión, vanguardia de la vanguardia

En una cota a 2.000 metros sobre el nivel del mar, dos legionarios vigilan la entrada de la cueva. Nada es cómodo en el puesto de observación, el frío, la piedra, el espacio angosto, pero la panorámica es amplísima desde las alturas y la misión no permite delicadezas.

El pozo oculto en una maraña de ramas, rocas y mantas miméticas es imperceptible a unos pocos pasos y, mucho menos, a 700 metros de distancia, donde dos sujetos se aproximan a la boca de la mina con cajas y herramientas sospechosas. “Desde aquí capturamos las imágenes, las comprimimos y las enviamos”.

Los legionarios pertenecen a la Sección de Reconocimiento de la Bandera de Zapadores de la Brigada Rey Alfonso XIII, vanguardia en la vanguardia. Participan en un ejercicio de combate en subsuelo cerca del Pico de la Estrella (Laujar de Andarax), en uno de esos puntos ajenos a los mapas donde se pierde la cobertura.

La escena reproduce un escenario real, similar al enfrentado tantas veces por los legionarios en operaciones internacionales en Líbano, Afganistán o Irak. “El ejercicio se desarrolla basándose en el plan de adiestramiento de la Brigada 2035 y en los procedimientos de combate en subsuelo con vistas a poder desplegar en zona de opereraciones con totales garantías”, señala el capitán Ismael Gil, jefe de la Sección de Reconocimiento.

Se sospecha de la introducción de explosivos en un túnel, pero ninguna unidad puede aproximarse con garantías hasta que los zapadores exploren la cavidad y aseguren un itinerario libre de posibles trampas como minas o los temidos IED (artefactos explosivos improvisados).

Los equipos han recopilado un puñado de indicios sobre la existencia de un polvorín o un laboratorio en la profundidad de la mina, pero identificar y neutralizar el material no es tarea sencilla. Primero hay que llegar y la vida va en cada paso. En la misma entrada, la curva de un pequeñísimo cable rojo asoma por encima de la arena. Es el turno de la sección de desactivación de los Zapadores.

Los equipos EOD y EOR ponen en juego el ‘Avenger’, incorporado por primera vez en unidades del Ejército de Tierra en diciembre de 2019. El subteniente Francisco Alcón pilota el robot desde la distancia, guiado por las cámaras y apoyado por el resto de miembros del equipo.

El aparato alcanza la amenaza, cuenta sus movimientos en milímetros y saca “un plato de presión con una garrafa”. Un IED habitual en conflictos armados y atentados terroristas en Oriente Medio o África. Una bomba, para el ciudadano de a pie. “Cuando se detecta una amenaza como esta, se realiza una aproximación segura de acuerdo a los protocolos contra IED”, precisa el capitán Gil. 

El mando queda en manos de los equipos EOD, que previamente han mantenido una reunión con todo aquel que pueda aportar detalles sobre el explosivo, su ubicación o sus posibles trampas. El robot corta el hilo para evitar una detonación y es entonces el turno del subteniente, atrapado en el interior de un traje especial. “Solo el traje pesa unos 30 kilos, aunque le metemos también una pistola porque nunca sabemos qué nos vamos a encontrar”. 

Mirada en misiones

Desciende una pequeña rampa hasta el acceso a la mina, cubierto por tiradores como medida de seguridad. Coloca sus herramientas, se separa a una distancia gratuita y grita: “¡Fuego!”. El artefacto se deshace sin apenas  estragos y descubre un compuesto de nitrato amónico. 

El ejercicio es seguido en primera línea por el teniente coronel Luis Illana, jefe de la Bandera de Zapadores II de la Legión, y continúa con una exploración a la cueva ubicada entre Laujar de Andarax y Fondón. 

No es ninguna broma. Este nivel de tecnificación, alejado de los estereotipos de la fuerza bruta de los legionarios, ha evitado que militares españoles y población civil mueran en atentados en misiones desarrolladas en tres continentes. Lugares como los Balcanes, Afganistán, Irak o Mali, donde los zapadores han puesto su adiestramiento al servicio de sus compañeros.