¿Qué pasó en la patera de El Charco? Un pistolero, sirios y dos cadáveres

LA VOZ reconstruye la organización y el viaje de una patera con dos muertos el pasado octubre

Módulos de migrantes del Puerto de Almería custodiados por policías
Módulos de migrantes del Puerto de Almería custodiados por policías La Voz
Javier Pajarón
21:42 • 01 mar. 2023

Kilimine adornó su perfil de Instagram con un posado sobre las pasarelas de El Toyo. El mar de fondo. Una amplia sonrisa. La mano izquierda en el bolsillo de un pantalón de chándal oscuro y la mano derecha simulando una pistola que apunta al cielo.




La cuenta tiene más de 6.000 seguidores para un historial de solo 37 publicaciones, todas ellas casi idénticas. Gamberradas en motos geolocalizadas en Oujda, una población marroquí a solo 15 kilómetros de la frontera con Argelia.




Kilimine es, en realidad, Mourad Erradi, un joven nacido hace 21 años en el sur de ese país y acusado de participar en la red de tráfico de migrantes más activa en el Mar de Alborán en los últimos meses.  Dos testigos directos le sitúan como el patrón armado y enmascarado de la patera interceptada el pasado 31 de octubre en la Playa de El Charco (Rambla Morales) en la que murieron dos personas.




La historia de esa travesía comenzó dos semanas antes. Zakaría, el presunto capo de la red radicado en Roquetas de Mar, contactó con Kilimine cuando presuntamente conducía un bote cargado de migrantes desde Argelia hasta Almería el 16 de octubre. “Descarga a la plebe y mándame la ubicación para darle la información a la persona que va a ir a buscarla”, señaló Zakaría en una conversación con teléfono satelital. “Le preocupan los sirios, son los que más importan”.




Las redes de tráfico de seres humanos en la ruta argelina exprimen cada oportunidad del mercado y han abierto una nueva vía de obtención de fondos. Las mafias coordinan la compra de motores y embarcaciones en España y buscan refugiados sirios en Argelia para garantizarse trayectos más largos. Más rentabilidad en cada operación. Más dinero.



Un ejemplo aparece en las conversaciones captadas a un traficante marroquí de otro grupo detenido por la Guardia Civil en Almería en noviembre. “Yo me suelo llevar a los sirios que van a Inglaterra, Holanda o Alemania. Ya no ha hago argelinos o marroquíes porque solo van a Francia”.




Organizaciones como ACNUR han denunciado la presencia de bolsas de refugiados sirios en Argelia, a menudo en condiciones muy precarias. Zakaría y Kilimine eran conscientes del potencial de estos desplazados de Oriente Medio como mercancía, combustible con el que alimentar las calderas del tráfico de seres humanos. El 30 de octubre repitieron la operación.



Ladrones en el bosque

Además de sirios y bengalíes viajarían también marroquíes captados directamente en Oujda y otros llegados desde distintas localidades argelinas. “Volé por mis propios medios desde Casablanca a Túnez y desde Túnez a Argel. Unos amigos que habían viajado antes me dieron un contacto en Argel, que me proporcionó alojamiento junto a más marroquíes en una casa en Orán por una semana aproximadamente”, relata un viajero.


Por el oeste llegó también otro marroquí cinco días antes procedente de Oujda. “Nos metieron en una casa en Orán y nos dijeron que teníamos que esperar a que llegara Mourad (Kilimine)”. La Guardia Civil había situado al presunto traficante en viajes por carretera entre Almería y Alicante en los días previos. Kilimine estaba en España y debía navegar para recoger a los migrantes en la costa de Argelia. 




La maniobra se precipitó la tarde del 30 de octubre. “Nos llevaron en taxis pirata hasta un bosque”. Allí se juntaron 16 personas, la mayoría desconocidos: tres bengalíes, marroquíes nacidos en Oujda y un matrimonio sirio con tres hijos (cinco años, dos años y ocho meses). Estos últimos eran naturales de Daraa, una localidad conocida por ser protagonista de la Primavera Siria y, más aún, por el durísimo asedio de las tropas de Al Asaad a partir del año 2011.


Con los migrantes en el bosque, solo quedaba esperar la patera. Acercarse hasta la barca no fue una operación sencilla. Todos estaban temerosos de toparse con la gendarmería argelina que patrullaba la costa y dar al traste con un plan curtido días antes y, cuando menos lo esperaban, fueron asaltados por bandas dedicadas a la 'limpiar' a los 'harragas'. Sabían que llevan dinero para costearse el segundo tramo del viaje y buscaban un último golpe antes de perderlos en el mar.


Los migrantes salieron corriendo y consiguieron alcanzar una lancha neumática de siete metros de eslora preparada en la orilla y presuntamente pilotada por Kilimine, alzado en la columna central de la semirrígida con un pasamontañas y una pistola.


Disparos

En solo unos minutos dejaron atrás la ciudad de Orán y el miedo a los asaltos, pero poco después el horror inundó de nueva la embarcación. En solo media hora de navegación, el Mar de Alborán dio la cara. El fuerte oleaje puso en jaque la travesía y amenazaba con volcar una lancha desprovista de cualquier medio de protección. Estaban en mar abierto, asidos a los balones laterales y, al mismo tiempo, a la esperanza de que el motor de 175 caballos de potencia respondiera al reto.


Según los viajeros, el bote saltaba de manera violenta entre las manos de un paterista desencajado. No quería bajar el ritmo y necesitaba equilibrar los pesos. Como nadie quería colocarse en la proa, atemorizados por la posibilidad cierta de un naufragio, el patrón encañonó a los migrantes y obligó a dos de ellos a tomar la vanguardia. Había caído la noche y con ella los gomazos del paterista con el tubo de la gasolina. La situación era crítica y para evitar un motín, el traficante llegó incluso a disparar al aire de manera disuasoria, mientras los migrantes intentaban agarrar a los tres niños sirios para salvar sus vidas.


Los dos viajeros forzados a sentarse en la proa volaban en cada salto sobre las olas y se golpearon en la cabeza de manera repetida hasta perder el conocimiento. El 31 de octubre, a las 3.27 horas, los radares del SIVE detectaron la lancha a seis millas náuticas de Cabo de Gata y a una velocidad constante de 19 nudos (unos 35 kilómetros por hora).


La salvación estaba cerca, pero la tormenta no había acabado. Como sucede con los pateristas que operan en la ruta entre Orán y Almería, la mayoría busca realizar varios viajes en el mismo día para optimizar la vida útil de las lanchas y los motores. El conductor identificado como Kilimine no quería esperar ni un minuto y, a la aproximarse a la playa de El Charco, obligó a todos a lanzarse al agua y a bajar los dos cuerpos desvanecidos a punta de pistola.

Los dos varones estaban ya muertos.


La Guardia Civil activó las alarmas y desplazó un equipo desde el puesto de Cabo de Gata. Encontraron los cuerpos sobre la arena y a los migrantes desorientados ante la situación. Ni siquiera escaparon. "Pensábamos que se habían desmayado". No murieron ahogados. Tenían fuertes golpes en la frente, los pómulos, los ojos y la mandíbula. Una paliza.


El Juzgado de Instrucción número Seis de Almería levantó los cadáveres pasadas las ocho de la mañana del 31 de octubre. Los agentes de la Guardia Civil pudieron confirmar la identidad de Mohammed Q., un varón marroquí de unos 35 años. Entre sus enseres había un ejemplar del Corán destrozado por el agua y un collar de cuentas. El segundo de los cuerpos nunca fue identificado.


Mientras, en el agua se libraba una nueva batalla. El paterista emprendió la huida por el litoral perseguido por una patrullera del Servicio Marítimo. La lancha tomó rumbo hacia el Poniente a gran velocidad y se acercó a la playa para intentar disuadir a los agentes ante la amenaza de embarrancar. Arrinconado, abandonó la embarcación a la cerca de Torregarcía y emprendió la huida a pie. La Policía Nacional encontró el bote y lo trasladó hasta el Puerto de Almería.


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