Gracias a la buena memoria de José Ángel Pérez pongo en pie que fue en 1956 cuando Carmen Sevilla fue premiada en el Festival de Cine Español que organizaba el Ayuntamiento de Almería en el marco de sus fiestas de invierno. Porque ni ella recordaba la fecha cuando en una larga conversación me relató sus recuerdos, si bien muy difuminados, de la visita que hizo a nuestra ciudad para recoger el premio cinematográfico de aquel festival que había puesto en marcha el alcalde Emilio Pérez Manzuco.
Debió ser en los primeros años setenta cuando al llegar al mostrador de Iberia en el aeropuerto de Ezeiza, en Buenos Aires, observé un pequeño tumulto en torno a una mujer que en pocos segundos pude identificar. Se trataba de la gran actriz española Carmen Sevilla, rodeada de fotógrafos y de fans que le solicitaban autógrafos, y que se disponía a tomar el mismo vuelo que yo de vuelta a Madrid. Ya a bordo del avión dio la casualidad de que solo el pasillo separaba nuestros asientos por lo que tuve la tentación de dirigirme a ella para saludarla y manifestarle lo mucho que la admiraba tanto por sus cualidades artísticas como por su belleza. Me presenté como periodista y me comentó que conocía a algunos de mis compañeros del periódico, entre ellos Miguel Pérez Ferrero, el gran crítico de cine que firmaba Donald; que tenía caricaturas de Mingote dedicadas y que conservaba como oro en paño portadas y páginas que recogieron algunos de sus éxitos más señalados.
Mujer de extraordinaria amabilidad –hoy se diría que muy empática- me dijo que, aunque nacida en Sevilla, desde jovencita se trasladó a Madrid donde había desarrollado toda su carrera profesional. Como yo siempre digo de donde soy, al saber Carmen mi procedencia de Almería me comentó que tenía recuerdos preciosos, y comprobé que imprecisos, de nuestra ciudad cuando en 1956 –“más o menos”, dijo- acudió al Festival de Cine a recoger el premio que le habían concedido por algunas de sus películas, cuyos títulos no recordaba muy bien. Llegó a Almería en coche cama después de toda una noche de tren y estuvo hospedada “junto con otros actores invitados en un hotel muy antiguo que había en el paseo principal”, que muy probablemente no era otro que el Simón. El Festival se celebró en el teatro Cervantes y acudieron otros actores famosos, entre ellos Juanjo Menéndez, también premiado por alguna de sus películas.
Tendría Carmen entonces unos 25 años. Era una escultura de mujer; una auténtica belleza de la que tiempo después estarían prendados monstruos del cine como Charlton Heston que la reclamó para un papel destacado en Marco Antonio y Cleopatra, la superproducción de la que se rodó una larga escena en la Alcazaba. Y seguía siendo de una gran belleza a sus cuarenta, los que tenía cuando el viaje que estoy contando. Hasta que se durmió, no pararon de pasar viajeros pidiéndole autógrafos. Pero, seguramente por coquetería, impidió que un admirador cámara en ristre le tomase una foto. Al poco tiempo de cenar se puso un antifaz y se quedó dormida en su butaca de primera clase hasta que su persona de compañía la despertó poco antes de aterrizar en Barajas. Y fue entonces cuando se fue el lavabo con su bolsa de maquillaje y reapareció si cabe más guapa. Pese a la hora tan temprana, otro pequeño tumulto de fotógrafos y fans la rodeó al pisar la terminal y hasta el coche que la llevaría a su casa. Era un auténtico fenómeno de masas en aquellos años de extraordinaria popularidad. Yo la recuerdo especialmente en La venganza, obra maestra de Juan Antonio Bardem y en aquella otra dirigida por Vittorio de Sica, Pan, amor y Andalucía. Pero en toda su filmografía está espléndida como la bellísima y enorme actriz que fue a lo largo de su vida.
Volví a ver a Carmen Sevilla en otros actos en Madrid, y le recordé aquel vuelo desde Buenos Aires del cual me pareció que no tenía mucha memoria. Bastantes años después, invitado al acto de entrega de las Medallas de Las Bellas Artes aprecié de nuevo que le fallaba la memoria, acaso ya con síntomas de la enfermedad que ha sufrido desde hace más de diez años. Y no quiero dejar en el tintero su apoteósica aparición en el escenario del teatro de la Maestranza de Sevilla cuando el Presidente de la Junta le impuso la medalla de oro de Andalucía, seguramente uno de los reconocimientos más justos y merecidos a cuantas personalidades la han recibido a lo largo de cuarenta años. Y acaso con la más larga ovación registrada en aquel coliseo.
Carmen Sevilla, Carmen de España, ya es historia. Su hijo no ha querido hacerle una despedida multitudinaria en medio de un circo, como él mismo ha dicho. Tal como está el famoseo en nuestros días es comprensible y respetable la decisión de Augusto Algueró Jr.
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