Además de la falta de explicaciones ha visto cómo el gobierno de Cantabria les ha homenajeado e instaló una escultura en la boca sur del Pasaje de Peña, inmediaciones de la estación de trenes de ADIF. La querida Almería queda quieta, nada, sin ningún proyecto. La remodelación que traerá el AVE podría ser una ocasión de oro para restituir un asunto que acaparó portadas, documentales y el primer libro de Antonio Ramos. De Almería, a María Morales le quedó contemplar una placa en una calle central de Pechina. Ni la célebre película, ni las canciones de Carlos Cano, calmaron la fuerza de una mujer que siempre pidio justicia para las víctimas. Una inoportuna caída en su casa de Pechina, coincidiendo con unos problemas respiratorios, acabaron con la vida de María Morales, la madre de Juan Mañas, minutos antes de las ocho de la mañana de este martes. En las últimas horas le acompañó en el Hospital Torrecárdenas su nieto Juan Francisco Mañas, estudiante de Medicina. Un mensaje de un amigo e inmediatamente la llamada de Francisco Javier Mañas Morales, el niño de la primera comunión de 1981 y que se quedó esperando a su hermano Juan, el almeriense de Pechina que. junto a sus dos amigos Luis Montero y Luis Cobo se desplazaron desde Santander para asistir a la fiesta religiosa. No regresaron porque la noche anterior fueron detenidos en la urbanización de Roquetas de Mar cuando Juan les mostraba a sus amigos el nuevo turismo y el despegue de su provincia de la que se sentía orgulloso y que tenían en la retina el referente de Campos de Níjar de Juan Goytisolo. La última vez que conversé con la María Morales fue en enero del presente año, junto al director de LA VOZ DE ALMERÍA, Pedro Manuel de la Cruz, y la exsenadora Martirio Tesoro, cuando se produjo la disculpa del Estado y el exalcalde de Almería Fernando Martínez, secretario de Estado de Memoria Democrática, pidió perdón “desde el corazón del Estado”.
María Morales Mañas (El Alquián, Almería, 1935), madre de Juan Mañas, siempre fue amable conmigo. Tras sus muecas de dolor, sacaba gestos de bondad para aquel que se acercaba a consolarla o a preguntar por su Juan. El día 10 de mayo de 1981, cuando el telediario de mediodía informó del fallecimiento de tres personas en Almería, y presuntos terroristas de ETA, María supo de inmediato dos cosas: que su hijo y sus amigos eran los fallecidos, después de más de un día sin saber de su paradero, y que había una gran mentira o un gran error, o ambos, puesto que su hijo no era terrorista ni tendría amigos de esa calaña. También en ese momento le sacudió un escalofrío de tristeza que la inundó para siempre, indeleble y perdurable hasta que le llegara su propia muerte. Su marido, José Mañas Cazorla (Pechina, Almería, 1930 – 2011), salió apresuradamente de casa para buscarlos y poner sendas, e inútiles ya, denuncias de desaparición en la comisaría y en la comandancia. “¡Ay mi Juan, que me lo han matado!” Ese era el grito constante de María en el velatorio de su hijo, que se realizó en un almacén familiar en Pechina; ese era el escalofrío que se quedó para siempre en su alma. Y en lugar de ser sofocado, ese dolor fue a más, como leña al fuego, porque María sentía que su hijo no había muerto, sino que lo habían asesinado, que lo habían calumniado y que ahora lo querían enterrar con la mentira como sudario. Tres veces se lo habían matado, a palos, a tiros y quemado. Insoportable para una madre. El día que enterraron a su hijo también la enterraron a ella en vida, pero quedaba un hilo de fuerza que la mantenía en el velatorio, la justicia y una reparación digna, con una frase constante que añadía a su desgarro durante aquellas horas previas al sepelio: “Tengo que ir a Almería para conocer a los criminales que me han quitado a mi hijo”.
En Almería estuvo, un año después, esta madre coraje, como la definió su hija María del Carmen Mañas, para asistir a las sesiones del juicio, o al menos a todas aquellas en las que no era expulsada por el juez. Ocurría que a veces saltaba de su silla con el resorte de la ira indignada por tanta mentira y tanto engaño, y bramaba contra algunos imputados y sus testimonios. ¡Mentiroso! gritaba algunas veces; otras, era la desesperación insoportable la que clamaba: ¡Te tenían que cortar la lengua por embustero! Hubo momentos en los que simplemente se ponía a llorar en la sala cuando no aguantaba la presión ni la dureza de las pruebas forenses.
La madre de Juan Mañas no dejó de pedir justicia para su hijo y sus compañeros ante las puertas de la Audiencia. “Yo no digo que todos son culpables, pero aquellos que lo hayan hecho deben pagar con lo que establece la ley. Que no se tapen con dinero ni con ningún otro engaño”, solía añadir María Morales.
Al conocer la sentencia mostró su enfado porque no hubo calificación de asesinato y porque “esperaba más años de penas”. Luego soltó una bravuconada desesperada, como el que lanza un puñetazo al aire aun a sabiendas que no va a ningún sitio: “Es preferible que suelten a los guardias civiles. La familia se hará cargo de ellos”. Esa desafortunada frase la matizó, para suavizarla, en una especie de arrepentimiento cinco años después. No obstante, los años pasaban, pero permanecía el martillo de la injusticia en la cabeza de María. En mayo de 1991 volvía su reivindicación: “Todavía hay gente fuera que participó en el crimen y que debe pagar por ello”
El reportaje elaborado para Los Reporteros, de Canal Sur Televisión, la periodista Antonia Álvarez Delgado entrevistó a los padres de Juan Mañas, distintos personajes, testigos y a varios periodistas como el añorado Antonio Ramos, autor de El Caso Almería: abierto para la historia, a Miguel Ángel Blanco, autor del prólogo del último libro de Ramos y a este autor, entre otros. Antonia Álvarez: “Todavía sigo acordándome de María, la madre, y no se me va de la cabeza cuando nos mostró un trozo del cráneo de su hijo. Esos muchachos debieron pensar que era un sueño al no buscarle razón al sufrimiento que tuvieron. Murieron sin saber por qué. Ese reportaje, me ha marcado o cuando te hicimos una entrevista en la sala de autopsias del cementerio y nos dijiste una expresión inolvidable, cuerpos que parecían colañas, piezas de madera de color negro”.
La Madre Coraje tiró todos los recortes de periódico, grabaciones de las emisoras de radio y de televisión. Quemó ropa, pero siempre le quedó la ilusión de que un día le visitara uno de los 11 guardias civiles que formaban la caravana de la muerte y le diera explicaciones y pidieran perdón. En la conciencia lo llevan. Siempre hay esperanza comentan, especialmente la hermana Mari Carmen Mañas que presenció un día como su madre quemó casi todo. No le curaron el alma, ni el dolor de una madre. Solo le faltaba la confesión de uno de los testigos para conocer más. Yo también lo espero para un libro que está en imprenta y debemos levantar. Hay tiempo para la verdad, siempre.
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