El Zapillo quedaba al otro lado del mundo. Para llegar había que atravesar la maltrecha carretera de Cabo de Gata y después ese territorio medio rural donde todavía reinaba la vega y su universo de boqueras que con frecuencia cortaban el camino que iba en dirección al río cada vez que llovía más de la cuenta.
La carretera de Cabo de Gata terminaba donde hoy está la cafetería Habana y a partir de ahí dejaba de ser carretera para convertirse en un camino de arena y piedras que llevaba hasta la boca del río. En ese recorrido aparecían las chabolas de los pescadores, tan cerca de la playa que se confundían entre las barcas, tan al límite que siempre estaban bajo la amenaza de los temporales. Ya en 1890 el ayuntamiento se planteó derribar estas chozas donde decenas de familias vivían hacinadas y sin las mínimas condiciones de higiene. Pero allí siguieron, en pie, desafiando los vientos y las tormentas hasta que en el invierno de 1941 una borrasca se las llevó por delante.
El poblado de pescadores se había quedado sin casas para cobijarse y sin barcas para salir a buscar el pan. Esta tragedia sumaba dificultades a las propias de la época, lo que provocó la reacción de las autoridades de Falange que dos meses después del temporal ya estaban construyendo un nuevo barrio para los damnificados.
Con el Barrio de Pescadores del Zapillo, junto a la Carretera de Cabo de Gata, empezaba la reconstrucción de la ciudad, era el primer proyecto de Falange. Los nuevos bloques del Zapillo formaban el límite de la ciudad. Allí terminaba Almería por el este y empezaba la vega. Para llegar desde lo que hoy es el Palmeral hasta la Térmica, había que atravesar una zona de Rambla (hoy Avenida del Mediterráneo). Para adecentar este trayecto y unir la barriada con la ciudad y la boca del río, se proyectó, en 1942, el puente del camino de las Cuatro Boqueras. En los primeros años, el Barrio de Pescadores fue un lugar remoto, apartado de la ciudad, un suburbio mal comunicado al lado del mar y de la vega.
Para acabar con esta situación de aislamiento, el ayuntamiento puso en marcha, en 1947, una línea de autobús que saliendo de la Puerta de Purchena llegaba hasta la misma Plaza del Zapillo, donde se ubicó la parada de referencia. Hasta entonces, el servicio urbano de transportes sólo llegaba hasta una parada que había al pasar la actual Plaza de Manolo Escobar, frente a la popular barraca de ‘El Jerezano’, del empresario Francisco Vázquez Braza.
Con el nuevo servicio que la empresa ‘Autobuses de Almería S.L.’ puso en marcha en 1947, el coche de línea se metió de lleno en el corazón del barrio de los pescadores, instalando su parada principal en la última explanada que existía, en lo que después se conoció como la plaza del Zapillo.
La llegada del autobús dinamizó toda aquella manzana y situó a sus habitantes más cerca del resto de la ciudad. En esa integración de los barrios de la playa en la ciudad jugó un papel fundamental la construcción del Estadio de la Falange, que desde 1944 fue la principal instalación deportiva que hubo en Almería. Eran los tiempos del autobús que iba al fútbol, el coche de los domingos, el que durante dos décadas desplazaba a los aficionados desde el centro de la ciudad hasta el Zapillo. Los partidos entonces se jugaban a primera hora de la tarde en invierno para aprovechar la luz solar, ya que el estadio no tenía iluminación suficiente. El autobús empezaba a transportar viajeros a las dos de la tarde y desde esa hora se formaban grandes colas en la Puerta de Purchena para poder desplazarse. En los primeros años el coche dejaba a los aficionados a la altura de la barraca de ‘El Jerezano’, pero cuando las calles de acceso al estadio se terminaron de urbanizar, pudo llegar por fin hasta la puerta de la grada principal.
Cuando al autobús que iba al fútbol los domingos se le unió el del servicio diario que llegaba hasta las entrañas del Zapillo, la explanada de la parada principal empezó a llenarse de vida y a ser un punto muy atractivo para la instalación de negocios. La primera barraca que se montó con los papeles en regla en la plaza del Zapillo la puso Josefa Miras Gálvez, que en enero de 1955 solicitó al ayuntamiento el permiso necesario para montar allí una caseta de madera desmontable de 2,40 x 1,40 metros de superficie con destino a la venta de churros y de refrescos.
En aquella explanada estratégica donde paraba el autobús reinó en los años sesenta la barraca de Antonia la churrera, un negocio completo que triunfó con los churros mañaneros y que se convirtió en un lugar de peregrinación y culto de los niños del barrio que acudían en bandadas a comprar caramelos, tebeos, caretas y aquellos antifaces de papel con los que jugaban a ser el Zorro.
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