Llegaron para hacernos la vida más agradable, para aliviar la contaminación por el humo de los coches, para disminuir los atascos y reducir los ruidos, para convertir la ciudad en un espacio más habitable, pero han terminado convirtiéndose en auténticos enemigos públicos, en un peligro continuo en las calles que va a obligar a los peatones a llevar un espejo retrovisor sobre sus cabezas.
Los patinetes o vehículos de movilidad personal como se llaman oficialmente, nos han declarado la guerra y constituyen una seria amenaza porque como se cuelan por cualquier parte, como no respetan ni las aceras ni las direcciones prohibidas y no hacen ruido, no se les ve venir y te cogen por sorpresa. Anunciaban las autoridades hace una semanas, para decirnos que están poniendo todo de su parte para terminar con el problema, que en un año la policía municipal había impuesto 500 multas a los conductores de patinetes que habían incumplido la normativa básica de circulación. Analizando objetivamente esta cifra solo cabe decir que nuestra estimada policía se ha quedado muy corta, que 500 sanciones son nada, una cifra irrisoria teniendo en cuenta el aluvión de infracciones que se cometen a diario. Bastaría con colocarse una semana en la céntrica calle de las Tiendas para alcanzar esas 500 multas sin ser demasiado rigurosos.
Desde el ayuntamiento se está tratando de poner orden en esta selva que han montado los conductores furtivos. La última medida ha sido colocar paneles informativos donde se destacan las normas que se han de cumplir y donde se anuncian las posibles sanciones a los infractores, que en algunos casos pueden llegar a alcanzar los mil euros. A pesar de estos paneles el problema no parece tener fácil solución si no se ataja con la máxima dureza. Basta darse una vuelta por las calles, sobre todo por los barrios, para comprobar como los patinetes se han adueñado de las calles, como menores de edad conducen estos vehículos como si estuvieran en el circuito del Jarama. Los Reyes Magos han dejado un patinete en cada casa, por lo que te puedes encontrar con niños de nueve o diez años jugando a ser pilotos de alta velocidad.
En esta selva del patinete salvaje te puedes encontrar todo tipo de estampas: el patinete donde un padre o una madre lleva detrás al niño o a la niña al colegio sin ninguna medida de seguridad; el patinete con tres pasajeros a bordo; el patinete donde el conductor viaja sin casco y con la música del teléfono móvil a todo trapo como si fuera una discoteca ambulante, y hasta el patinete donde el piloto va exhibiendo sus habilidades haciendo números de baile o soltándose de una mano para decirnos aquello de “y ahora, más difícil todavía”.
En los panales informativos que se han colocado por la ciudad se insiste en la obligación de que los conductores cumplan unas reglas obligatorias como que solo puede ir una persona en el vehículo, que no pueden llevar patinete los menores de 15 años, que está prohibido el uso de teléfonos móviles y de auriculares que puedan distraer la atención, que cada patinete tiene que ir equipado con luces y timbre y circular por calzadas y vías ciclistas. Esta nueva campaña servirá de poco si la policía municipal se limita a sancionar a los infractores en el centro de la ciudad, como viene siendo costumbre. El problema hay que ir a buscarlo donde se genera, que es en los barrios, allí donde los conductores se sienten más seguros y circulan por donde se les ocurre sin temor a poner en riesgo la vida de los peatones. Que se den una vuelta los policías por la zona de la Catedral, de la Alcazaba, del Quemadero, y comprobarán que estamos ante un problema que no lo soluciona solo un cartelito ni una charla pedagógica en el colegio.
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